Crítica: La Facultad (1998)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1998: Elijah Wood (Casey Conner), Clea DuVall (Stokely), Josh Hartinett (Zeke), Shawn Wayne Hatosy (Stan), Laura Harris (Marybeth Louise Hutchinson), Jordana Brewster (Delilah), Robert Patrick (entrenador Willis), Piper Laurie (Sra Olsen)

Director: Robert Rodriguez, Guión: Kevin Williamson

Trama: Casey Conner es el típico estudiante nerd y asiste a una secundaria de Ohio. El colabora con la joven Delilah – la típica líder porrista – en la redacción del periódico de la escuela. Mientras se encuentran buscando material para el diario, ambos jóvenes presencian cómo el entrenador y una profesora someten a la enfermera de la escuela, infectándola con algún tipo de parásito al que introducen por el oído de la mujer. Los chicos se escapan y se reúnen con sus compañeros de clase, los cuales han venido observando el extraño comportamiento de los profesores. Al obtener algunas pruebas los muchachos llegan a la conclusión que una invasión alienígena ha comenzado en su escuela, la que se ha iniciado con el contagio masivo de los adultos para proseguir con los estudiantes y después con el resto del pueblo. Y ellos son los únicos que pueden hacer algo para detenerla.

La Facultad La Facultad es la segunda incursión de Robert Rodriguez en el género del terror después de su coproducción con Tarantino Del Crepúsculo al Amanecer. Para esta ocasión se le acopló Kevin Williamson, que estaba de moda en aquel momento después de la brillante Scream (1996) – la que resucitaría el género slasher hasta nuestros días -, y la dupla no tuvo mejor idea que pergueñar una especie de versión moderna de La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos, sólo que ambientada en una escuela secundaria. El resultado es un competente filme serie B que no intenta hacer nada mas allá de lo que le imponen los moldes del género.

Al menos Williamson había logrado encontrar una vuelta de tuerca en el slasher como para apropiarse de él y lanzarlo de manera revitalizada; pero acá parece más limitado de ideas, cambiando simplemente las edades de los protagonistas y convirtiendo a una secundaria en el escenario de la trama. En general las invasiones alienígenas son un producto de la paranoia de la Guerra Fría de los años 50, y se dividían en dos tipos: las masivas, con destrucción generalizada de ciudades (que va desde La Guerra de los Mundos hasta Dia de la Independencia), y las subterráneas, en donde los aliens se hacen pasar por humanos y van tomando secretamente el control de la sociedad. Tomen esas alegorías, cambien la palabra aliens por comunistas y entenderán cúal es el ultimo significado de dichos relatos. En el caso de las invasiones secretas las historias siempre han tenido un contenido de crítica social – ¿cómo distinguir al alien del humano?; por su comportamiento “anormal” -, y las distintas versiones de The Body Snatchers así lo han demostrado. En la versión 1956 era la paranoia comunista; en la remake 1978 era la alienación de la sociedad, y en la puesta en escena de 1993 era el mesianismo militar. Al trasladar Williamson la historia al ámbito estudiantil, resulta obvio de que la crítica va apuntada a la distancia – cada vez más grande – que separa las nuevas generaciones de las viejas. Los jovenes son anarquistas, y los adultos (infectados) son una clase conservadora y represiva (en su estado normal son dominados por la juventud de hoy). El tema es que Williamson no expande el tema más allá de eso, y sólo se regodea en poner persecuciones y escenas autorreferenciales del género (que es lo que hace mejor, por cierto). La secuencia en donde Clea DuVall y Elijah Wood se despachan con la teoría de que Jack Finney (el autor de The Body Snatchers) sólo se limitó a documentar lo que él había vivido, y que los mayores directores de Hollywood son alienígenas – porque haciendo ruido sobre el tema distraen la atención de la gente sobre la invasión real, la cual ya ha comenzado – es de un delirio sublime. Lamentablemente el resto del libreto no es tan inspirado como ese fragmento, y es bastante más rutinario.

Mientras que Williamson no tiene el mismo vuelo que ocasiones anteriores, por otro lado Robert Rodriguez dirige de manera más que competente. Acá el mexicano maneja un relato mucho más restringido que sus piruetas habituales, aunque uno empieza a pensar que Rodriguez es una especie de pistolero a sueldo que se adapta a cualquier género sin demostrar demasiada personalidad propia – una especie de Peter Hyams latino -. Acá La Facultad podría pasar perfectamente como un filme de John Carpenter si uno no observara los títulos de los créditos. Las tomas de Rodriguez parecen sacadas tanto de Christine (por su clima de estudiantina) como de la obra maestra de Carpenter El Enigma de Otro Mundo – en especial cuando el cuerpo de Famke Janssen busca su cabeza, la que se ha transformado en una araña mutante que repta por el suelo -. El problema es que, lo que con Carpenter estremecía, con Rodriguez no deja de ser simplemente un efecto especial con shock cero. El tema de la baja efectividad de Rodriguez como director de cine de terror tiene que ver con que no se toma muy en serio a si mismo, y no sabe crear suspenso aunque sí montar grandes espectáculos visuales. Por ejemplo, la persecución inicial de Bebe Neuwirth (la directora del colegio) es algo artificial pero tiene su cuota de shock; pero no hay nada remotamente parecido durante el resto de la película. Rodriguez ni siquiera sabe extraer todo el jugo de una secuencia potencialmente estremecedora como el test que hacen los muchachos para descubrir quén está infectado (algo sacado directamente de El Enigma de Otro Mundo). En cambio, el climax está muy bien armado, con criaturas gigantes arrasando las gradas de la cancha de basketball.

El otro punto interesante es que los héroes son un puñado de estereotipos propios de los filmes de estudiantinas yanquis: el nerd, el atleta, la porrista, la recién llegada, la chica dark, el vendedor de droga. Al principio es algo irritante ver a estos personajes en pantalla, pero el libreto por lo menos le da unos diálogos inteligentes como para hacerlos interesantes – aunque carecen de tridimensionalidad -. El tema es que el guión mete demasiados personajes (aparte de ellos están los profesores, una galería de actores famosos completamente desperdiciados) y, no sólo no deja espacio para desarrollar a ninguno sino que a veces la historia debe avanzar a los saltos (como el ataque intempestivo del maestro que encarna Jon Stewart).

La Facultad podría haber estado mejor. Otro director hubiera puesto el acento en la paranoia. Robert Rodriguez le da ritmo y no aburre nunca, pero tampoco shockea. Y, por otro lado, el guión de Kevin Williamson intenta hacerse el vivillo con su humor y sus referencias culturales, pero tampoco hace nada nuevo por encima de la fórmula. Todo esto culmina en un espectáculo prolijo, entretenido, pero con menos substancia de la que podría haber esperado de semejantes talentos creativos.