Crítica: Estados Alterados (1980)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1980: William Hurt (Eddie Jessup), Blair Brown (Emily Jessup), Bob Balaban (Arthur Rosenberg), Charles Haid (Mason Parrish)

Director: Ken Russell, Guión: Paddy Chayefsky, basado en su propia novela

Trama: El científico Eddie Jessup se encuentra experimentando con los límites de la mente. Se somete a múltiples mediciones cada vez que incursiona en un tanque que aisla completamente sus sentidos. Pero las pruebas se salen de control cuando Jessup decide probar unos hongos alucinógenos que utilizan los indios mexicanos en sus ceremonias religiosas. Y es que los hongos – sumados al ambiente controlado – lo llevarán a vivir una experiencia ultrasensorial, recuperando información procedente de la memoria genética de sus celulas y generando una regresión a las etapas evolutivas más antiguas del hombre. El problema es que dichas regresiones han comenzado a provocar alteraciones físicas en Jessup – obteniendo características temporales similares a la de los primates -, cuyos efectos demoran cada vez más en irse a medida que las pruebas se hacen más largas y frecuentes. Y, lo que es peor, Jessup parece haber sido capaz de superar todo tipo de limites, rozando con involucionar hasta el estadío original que tuvieran las primeras formas de vida que surgieron en la Tierra.

Crítica: Estados Alterados (1980)

Después de 1968, casi todo director de calibre que se precie ha intentado emular a Kubrick y hacer su propio 2001, Odisea del Espacio. Danny Boyle hizo un intento con Sunshine, Alerta Solar, Darren Aronofsky hizo lo propio con La Fuente de la Vida, incluso Steven Soderbergh se despachó con su remake de Solaris (la cual era bastante diferente al original soviético, razón por la cual mereció el apedreo generalizado de la critica, aunque me cuento entre los pocos que se animan a calificarla de subvalorada obra maestra). Hablamos de ciencia ficción pensante y trascendente, aquella que se anima a explorar sobre un aspecto fundamental del ser humano buscando la respuesta en un rincón alejado del cosmos. Como quien dice, para ver de cerca hay que alejarse para tomar perspectiva… aunque eso signifique viajar millones de kilómetros a través del espacio, e irse bien lejos de la Tierra.

Al contrario de todas las obras citadas, Estados Alterados es un viaje interior. Como la cosa va de drogas y alucinaciones decidieron contratar a un especialista en el tema, el inglés Ken Russell – responsable de Tommy y Lisztomania, entre otros delirios -, el cual se mueve como pez en el agua en los tópicos alimentados por el libreto. Pero, mientras que la concepción visual de Russell es intachable, por otra parte la historia no es todo lo redonda que debiera. Parte del problema es el mismo autor Paddy Chayefsky – responsable de ese enorme clásico que es Poder que Mata (1976), entre otros titulos destacados -, el cual estaba convencido que había escrito poco menos que la Verdad Revelada. Para tener una idea del fanatismo que tenía el tipo por su propio escrito, basta decir que Chayefsky sufrió un infarto mientras estaba abocado al intenso trabajo de investigación que requería el libro. Después, al mejor estilo talibán, comenzó a plantear exigencias intrasigentes con los estudios que había adquirido los derechos de la novela, con lo cual los directores comenzaron a desfilar por el proyecto mientras se marchaban dando un portazo en señal de protesta. Y cuando Ken Russell se hizo cargo del filme – y eso que sólo aportó algo de ritmo a los diálogos y toda la imaginería visual que lo caracteriza, respetando enormemente el libreto -, Chayefsky se ofendió para el demonio y decidió firmar la adaptación de su propia novela con un seudónimo. Tanto stress terminaría por liquidarlo, falleciendo en 1981 – tan sólo un año después del estreno del filme -.

Estados Alterados vendría a ser el caso de una historia interesante que precisaba otro guionista menos fiel a la trama original. El filme es excesivamente pedante en explicar sus propósitos, y está tan obsesionado con su avalancha de data que termina por perder el objetivo de la narración – que es ser didáctico en un tema nuevo, presentarlo de manera apasionante, y prepararnos para vivir una experiencia completamente nueva -. En todo caso padece del mismo vicio que Primer, el cual partía de una premisa atravesada y cometía la altanería de jamás rebajarse al nivel del espectador promedio para explicarlo en términos que un lego pueda entender. Si bien acá las cosas no son tan crípticas como Primer (que requería ver el filme dos veces como mínimo, e incluso armar un par de croquis para entender como funcionaba el mecanismo fundamental de la historia), la verborragia técnica es abundante y, sobre todo, mareante. Y, por si todo esto fuera poco, Estados Alterados comete otro pecado – más grave que el anterior – y es poner a un protagonista absolutamente antipático y arrogante. William Hurt es un narcisista intelectual y pedante, un pichón de Sheldon Cooper que carece de carisma suficiente como para que nos importe un comino su suerte. Sólo vive para su trabajo, mantiene un romance (devenido matrimonio) con otra científica que termina en desastre (debido a su apatía y su necesidad de racionalizar todo), y tiene hijos simplemente porque la sociedad estipula (como norma mayoritaria) con la gente que se casa debe procrear. Pero es un ladrillo duro de tragar y resulta dificil – cuando no, imposible – ver qué vió su ex-esposa en él.

Todo esto dinamita buena parte de los cimientos del filme, especialmente porque la atroz historia de amor resulta necesaria – bah, al menos el autor lo hizo así – para intentar darle un cierre cuando llegue el climax (algo tipo “el amor redime” o “el amor te rescata de las tinieblas”). Pero la película encuentra su vuelo cuando el insufrible William Hurt cierra la boca y se sumerge en el tanque de aislación sensorial, dándole espacio a que otros personajes secundarios – más calmados y normales – puedan explicar en términos más simples lo que ocurre (en especial el energúmeno director de la universidad que compone Charles Haid, y que es el mejor personaje de la película). Desde ya cada viaje mental es una recreación más o menos fiel de la jornada sicodélica / espacial que vivía Keir Dullea al final de 2001, Odisea del Espacio, con la diferencia que aquí Ken Russell se enamora demasiado de los efectos y la secuencia se va en tiempo.

Ciertamente lo que plantea el filme suena apasionante – que uno (con o sin drogas) tenga manera de revivir o leer la memoria genética que tenemos; vale decir, todas las vivencias de nuestros ancestros desde el punto mismo de la Creación -, pero el libreto no termina de desarrollarlo como corresponde. En vez de explorar lo que Hurt descubre en el tanque – cómo eran los primates, o qué sentía cuando se transforma en el “barro primario” de la vida (algo que lo acerca a la tesis bíblica de Adan y Eva creado a partir de la misma tierra) – y discutirlo en términos intelectuales (planteando, por ejemplo, una nueva teoría de la evolución humana), el filme se degenera en un monton de tonterías secundarias que carecen de asidero cientifico. Es como si en un libro de Carl Sagan aparecieran hombres lobo; ¿qué diablos tiene que ver las drogas y la regresión mental con la involución genética (y que Hurt se transforme en un eslabón perdido o en una ameba mutante)?. Eso sin contar el exceso de relámpagos, niebla y otros efectos especiales que en absoluto tienen que ver con algo que era una experiencia mental. En todo caso los primates y las amebas tienen que ver con cierta cobardía intelectual a la hora de expandir el tema y madurarlo como corresponde, desarrollando las cosas en otro nivel (como si fueran teorías del autor). Vale decir: Chayefsky debería haberse despachado con otra cosa (que Hurt, en estado de regresión, viera a) alienígenas instruyendo a los primates sobre cómo evolucionar; b) que el ser humano desciende de otra raza diferente; c) cualquier otra teoría sobre la evolución, por demencial que fuera), en vez de frenarse e irse por la tangente con macacos peludos saltando en los callejones, o mocosidades humanoides que contagian electricidad a quienes los tocan como si fueran baterías triple A gigantes. El climax de Estados Alterados es tanto un monumento a la pretensión como la exclamación a gritos de la impotencia del autor en poder darle a la historia un final como corresponde. Es totalmente insatisfactorio, no resuelve nada y, lo que es peor, hace hincapié en uno de los aspectos peores desarrollados de la trama – como si Hurt y Blair Brown fueran los amantes mas sanos y apasionados de todo el planeta, cuyo sentimiento es capaz de morigerar… ¿el status mutante del científico? -.

Yo creo que Estados Alterados tiene ideas apasionantes, y creo que la dirección de Ken Russell es muy buena, lo suficiente para aligerar la intelectualidad recargada del guión y darle el impacto visual que requiere para ser memorable; pero con lo que Russell no puede lidiar con éxito es con un libreto recalcitrante y excesivamente solemne, el cual plantea unas expectativas que después termina por dinamitar cuando elige salirse por la tangente.