Crítica: Eraserhead (Cabeza Borradora) (1977) de David Lynch

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1977: John Nance (Henry Spencer), Charlotte Stewart (Mary X), Allen Joseph (señor X), Jeanne Bates (señora X), Judith Anna Roberts (vecina de al lado), Laurel Near (chica en el radiador)

Director: David Lynch, Guión: David Lynch

Trama: Henry Spencer se encuentra actualmente de vacaciones y vive solo en su pequeño departamento de un ambiente. Sorpreseivamente es invitado a cenar por Mary, su novia, con quien Henry creía haber terminado. En la cena la madre de Mary le comunica que la chica ha dado a luz – en un plazo de tiempo sorpresivamente corto -, y que debe hacerse cargo de la situación. Henry y Mary conviven en el departamento del primero mientras la criatura – un horrible feto que llora todo el tiempo – termina por agotar los nervios de la pareja, y Mary abandona a su marido. Haciéndose cargo del bebé, Henry pronto comenzará a tener visiones delirantes que culminarán con la muerte de la criatura.

Eraserhead No soy un particular fan de David Lynch. No considero que su obra sea pedante, como pasa con la mayoría del cine de autor – que a veces muestra una soberbia intelectual desmesurada y termina por aburrir de una manera soberana -. A su favor puedo decir que Lynch es un creativo que provoca, en contra de otros insufribles como Godard. Pero si bien Lynch es un artista que sabe captar la atención, eso no significa que su mensaje o su obra sean digeribles de entender. Cuando uno ve una película de David Lynch sabe que va a ver algo interesante… pero no sabe si, al final, va a poder comprender todo lo que ha visto.

En ese sentido Lynch tiene la habilidad de un artista circense, que sabe fascinar al público con espectáculos bizarros. No estoy seguro de que, técnicamente hablando, Lynch sea un buen director: muchas veces sus tomas parecen amateurs y las interpretaciones, del nivel del teatro de aficionados del barrio. Donde Lynch es formidable es como guionista y creativo; es fácil percibir a un artista con un torbellino de ideas en la cabeza que terminan por agolparse en la pantalla.

Eraserhead es el primer largometraje de David Lynch. Le tomó seis años completarlo, ya que para ese entonces era un desconocido y la idea del proyecto no le cayó en gracia a nadie, terminando por financiarlo con la ayuda de amigos y familiares. Lo que ocurre es que se trata de un guión francamente bizarro, donde sólo los dos primeros tercios de la historia parecen tener algún sentido y después se pierde en el delirio. Aún con los increíbles obstáculos que debió superar el film, terminó por constituírse en una de las películas de culto más apreciadas de la historia: Stanley Kubrick, Alejandro Jodorowsky y Terry Gilliam la han alabado y la han ubicado entre sus favoritas.

Como película, Eraserhead tiene todas las virtudes y defectos que serán evidentes en el resto de la obra de Lynch. Comienzo digerible, final críptico. Momentos de superposición de ideas que pasan a 2.000 km sobre la cabeza del espectador. Escenas de indudable magnetismo, con atmósferas brillantemente concebidas. Imaginería sexual concebida del modo más bizarro posible. Clima surrealista in crescendo hasta el límite de lo comprensible. Individuos con actitudes bizarras en atmósferas alienadas. Hay muchos elementos que uno puede distinguir como antecesores de otras obras del director. Todo el hall del edificio donde vive Henry parece el decorado del final de Twin Peaks; Henry flotando en el espacio y vomitando un espermatozoide recuerda a la imaginería del viaje (por doblamiento del espacio) de Duna. Las actitudes imprevistas y bizarras de los caracteres son una marca de fábrica de su estilo.

Pero lo que me parece más fascinante de Eraserhead es su caracter pictórico. Es un brillante ejemplo de cine arte en el estricto sentido de la palabra; tal como un cuadro (abstracto), cada espectador puede interpretar un significado diferente para la misma escena. El tema de las interpretaciones dispares pasa aquí por el clima eminentemente onírico del film. Resulta obvio que lo que estamos viendo no puede suceder en el mundo real porque ni los escenarios ni las actitudes de la gente son normales. Mientras que unos ven en la película una obra de ciencia ficción post apocaliptica – ciudad abandonada en ruinas; bebés deformes; gente alienada -, otros pueden interpretarla como la crónica del descenso hacia la locura por parte del protagonista. Debido al amplio caleidoscopio que cuenta la perspectiva de Lynch, cualquier punto de vista es válido.

En lo personal lo considero como un sueño compuesto de varios sueños intermedios – como las mamushkas rusas, esas muñecas que caben una dentro de la otra -, donde cada estamento interior es más críptico que el anterior. Ya desde el inicio comenzamos con un sueño, donde Henry expulsa su espermatozoide mientras que una especie de Dios lejano parece gobernar los hilos del destino. La Tierra parece un planeta devastado – es ilustrado como un asteroide con algunas casas en la superficie -, y en una de ellas habita Henry -. Salvo los pasajes iniciales por el parque industrial abandonado, las escenas de interior son realmente claustrofóbicas – todos los pasillos parecen tener la mitad del ancho normal; la habitación de Henry es increíblemente pequeña, y la única ventana parece clausurada con un muro -. Existe un clima de abandono y pesadumbre general que resulta opresivo, en especial por la formidable banda sonora que se compone de zumbidos y silencios. Como en un sueño, todos los rasgos de la realidad parecen exagerados – no sería excesivo comparar la concepción artística del film con la obra de Dalí, por ejemplo -. Y a esto se suma los elementos fantásticos y bizarros que va incorporando el film: la cita con la novia, donde Lynch dispara mucha de su imaginería. Desde los pollos asados microscópicos que vuelven a la vida en plena cena, hasta la aparición del suegro de Henry – que parece hablar desde un espejo -, sumando a la abuela de Mary (absolutamente catatónica), el acoso sexual de la suegra hacia Henry, la gigantesca timidez del protagonista y su estoica actitud frente a todos los disparates que ocurren, etc.

Lo que podría interpretarse es que la historia trata en realidad de una pesadilla masculina convertida en realidad. Acá todo pareciera tener que ver con el tema del sexo y la paternidad (que cuesta o no se desea asumir). El bebe puede ser normal pero a los ojos de los padres es un feto monstruoso que no para de torturarlos con su llanto constante, amén de que por momentos (quizás por la falta de sueño de Henry, que le provoque alucinaciones) pareciera que se riera y disfrutara de la situación. La inmadurez de Mary hace que se marche y los abandone. Para un individuo como Henry es una tarea que excede su capacidad. Y lo que vemos todo el tiempo es la vision de Henry sobre el mundo que lo rodea – presiente que su suegra lo desea; no ve al bebe sino como un espermatozoide materializado; crea una fantasía escapista con la irreal chica que vive en su radiador, la que sería su mujer ideal ya que en un momento esquiva y destroza espermatozoides que llueven del cielo como si fuera un juego de Space Invaders; vale decir, es una mujer que rechaza las posibles responsabilidades que Henry debe asumir en este momento -. Es cierto que esta interpretación puede ser algo limitada desde el momento en que Lynch lleva a veces el relato hacia un exceso de vuelta de rosca (como cuando Henry pierde la cabeza, otro sueño dentro del sueño), pero puede ser considerada válida.

Lo que tendría que objetar es, en todo caso, el incremento radical de simbolismo que sufre el relato hacia el final, que llega (o supera) los límites de lo comprensible. Uno no entiende por qué la chica del radiador es deforme, o por qué cuando Henry mata al bebé éste se transforma en una cabeza gigante, o qué papel le toca al seudo Dios que gobierna el mundo en toda esta historia. Sin dudas es un film formidable, desafiante, y una auténtica experiencia en lo visual y auditivo; pero a su vez parece ser una experiencia incompleta. Me da la impresión que David Lynch construyó de modo muy sólido las dos terceras partes iniciales del relato pero, a partir de la soledad de Henry y el bebé y desde la relación con la vecina de al lado, pareciera que el director empezó a improvisar ideas sin tener tan claro el rumbo a seguir. A partir de esa secuencia el film pierde su intensidad – ese desfile continuo de sorpresas bizarras – y se aploma mucho, recuperando parte del brío sobre el clímax. Polémico o no, lejos de la perfección, Eraserhead es una película que merece experimentarse (ya no hablo de ver o disfrutar) sencillamente por el reto intelectual que plantea.