Crítica: Big Man Japan (Dai-Nipponjin) (2007)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Japon, 2007: Hitoshi Matsumoto (Masaru Daisatô / Dai-Nipponjin), Riki Takeuchi (Haneru-no-jû), Ua ( Manager Kobori), Ryûnosuke Kamiki (Warabe-no-jû), Haruka Unabara (Shimeru-no-jû)

Director: Hitoshi Matsumoto, Guión: Hitoshi Matsumoto & Mitsuyoshi Takasu

Trama: Un grupo de documentalistas registra la rutinaria vida de Masaru Daisato, un cuarentón divorciado de clase baja y sin ninguna seña en particular. Pero Masaru es el último de una familia de superhéroes gigantes, que deben entrar en acción cada vez que un monstruo decide atacar Japón. Ahora Masaru trabaja para una corporación que lo sponsorea y transmite sus combates en vivo, aunque para ello sólo reciba como paga un sueldo mínimo. Pero la última criatura que ha arribado a la ciudad le ha asestado una dura derrota a Masaru; y todo parece indicar que ésta puede ser su pelea final.

Big Man Japan Cuando uno ha visto hacia lo que ha evolucionado el kaiju eiga (cine de monstruos gigantes) y, en general, toda la ciencia ficción japonesa, uno termina por convencerse que a los nipones les chifla el moño. Todo su género fantástico parece haberse basado en una mezcla de leyendas locales con las premisas de la sci fi occidental, para luego empezar a recorrer senderos originales cada vez más delirantes con el paso del tiempo.

El responsable del engendro que nos ocupa es el comediante Hitoshi Matsumoto. Por lo visto Matsumoto es un tipo con ideas realmente originales, ya que el trailer de su próxima película Symbol (2009) es igual de alucinógeno – un hombre encerrado en un cuarto totalmente blanco, vestido con un pijama verde fluo y que comienza a ser acosado por cientos de ángeles que empiezan a surgir de las paredes -. Aquí con Big Man Japan (traducido, El Japonés Gigante), decide hacer su propia versión del kaiju eiga o cine japonés de monstruos. El resultado final es una comedia exclusiva para fans del género, con un puñado de momentos cómicos brillantes, y con una ejecución enormemente despareja. Es inteligente y sofísticada pero a veces se excede en la auto indulgencia.

Lo ideal para poder apreciar a Big Man Japan es acercarse sin tener la menor idea de qué trata la película. Al principio vemos a un japonés cuarentón de clase baja, hablando tonterías sobre su vida personal mientras hace larguísimas pausas. Uno percibe que Masaru Daisato es un tipo bastante limitado, no demasiado interesante, terriblemente solitario y con una vida insufriblemente aburrida. Los minutos pasan y pasan, el tipo habla que le gustan los gatos y los paraguas, comenta que tiene una hija a la que ve una vez por mes, y que apenas le alcanza el sueldo para pagar el alquiler de su departamento. Para colmo, tiene una pinta de vago terrible. Los minutos se hacen eternos – veinte que parecen cuarenta -, y uno se pregunta qué tiene de particular este individuo como para ser el objeto de un documental. Hay algunas pistas – el documentalista le pregunta al dueño del restaurant donde come Masaru si sabía de que él era famoso; en medio de una deprimente conversación, le tiran una piedra a la ventana de su casa y Masaru hace caso omiso del incidente (es uno de los mejores gags) – de que las cosas no son lo que parecen. Después de un enorme traveling a través de un interminable parque, vemos a Masaru llegar a las instalaciones en donde trabaja. El tipo aparece envuelto en una túnica, acompañado con científicos, y se mete dentro de lo que parece ser un calzoncillo gigante púrpura, sostenido entre dos grúas. Y en cuestión de segundos se transforma en un cuarentón gigante de varios pisos de altura, completamente fuera de estado (o sea, bien fofito) y con tatuajes publicitarios de marcas de chocolate y otros productos pintados sobre el cuerpo, sliendo a machacar a uno de los kaijus más ridículos de la historia del cine – un monstruo que parece hecho con bandas elásticas y tiene un mechón de pelo como jopo a lo The Baldy Man -. Ahí la audiencia se cae al piso retorciéndose de la risa.

La idea de Matsumoto es parodiar al kaiju eiga. Imaginen si Godzilla pudiera hablar y dar una conferencia de prensa, dando los pormenores de su vida. O, más adecuado aún, si lo pudiera hacer Ultraman. Cada monstruo que debe enfrentarse Masaru – el alter ego de Matsumoto – es sideralmente ridículo e incompetente. Hay un bicho sin cabeza que tiene un ojo retráctil y lo lanza como una boleadora; otro – el monstruo del perfúme exótico – es una cáscara de banana gigante que se lanza gases; para colmo Masaru es el descendiente de una familia de luchadores con superpoderes y tiene a su abuelo en un geriátrico. Cuando el abuelo – en medio de su chochera – se escapa en modo gagá a full, se transforma en un viejo gigante que se tira gases y cree que los edificios son monstruos. Hay que verlo para creerlo.

Toda la idea está elaborada de un modo muy inteligente. La directora del proyecto – que consigue los sponsors para Masaru – le paga un sueldo mínimo pero ella va y se compra autos último modelo al contado. Masaru es un completo loser – me hace acordar a esos personajes patéticos que tanto le gusta interpretar a Stephen Chow, el de Kung Fu Hustle -, que intenta comerciar como puede el don que ha heredado y vive en la miseria. El clímax es tan surrealista y delirante que es imposible no caer en convulsiones de risa.

Pero a su vez, uno se da cuenta de que ésta no es una película para cualquiera. Al neófito que nunca ha visto una película de Godzilla o Ultraman, o que no tiene idea de lo que es el kaiju eiga, no le encontrará la gracia a satirizar las convenciones del género. Pero el gran punto en contra son las secuencias de la vida normal de Masaru. A uno no le cabe dudas de que Hitoshi Matsumoto prepara los climas para generar explosiones de comicidad – como cuando, después de un largo cuento a lo Landriscina, viene un remate desopilante -, pero esos momentos a veces rayan en lo eterno. Muchas de esas escenas de la rutina diaria de Masaru dan la impresión de basarse en la improvisación, son extremadamente serias y no aportan demasiado. Imaginen – entre combate y combate – diez minutos de entrevistas a un tipo nada interesante, corto de palabra y de ideas. Lo que faltaba allí era incluir una visión satírica del transfondo de su vida como super héroe – como en Ocurrió Cerca de Casa, cuando el asesino empezaba a dar consejos de cómo hundir apropiadamente un cadáver en un río -, algo que hace a medias recién cerca del final del film. Pero cuando los monstruos gigantes aparecen en escena, es deliciosamente graciosa.

Big Man Japan es una sátira desopilante del kaiju eiga, pero es un chiste para entendidos que a veces tiene problemas de ritmo. Cuando hay momentos de carcajadas, éstas son a granel; pero en el medio los tiempos muertos – o de preparación del chiste – son enormes. Una dirección más ajustada de Hitoshi Matsumoto y un guión más aceitado en las escenas normales (sin FX) lo hubieran convertido en un clásico memorable. Así como está, es brillante pero imperfecta.