Crítica: Crónicas Marcianas (1980)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / GB, 1980: Rock Hudson (Coronel John Wilder), Darren McGavin (Sam Parkhill), Bernie Casey (Capitán Jeff Spender), Fritz Weaver (Padre Peregrino), Roddy McDowall (Padre Stone), Nicholas Campbell (Capitán Arthur Black), Gayle Hunnicutt (Ruth Wilder), Christopher Connelly (Ben Driscoll), Barry Morse (Peter Hathaway)

Director: Michael Anderson, Guión: Richard Matheson, basado en el libro homónimo de Ray Bradbury

Trama: La epopeya de la colonización humana de Marte, dividida en tres capítulos. Las Expediciones: llegan las primeras misiones de exploración al planeta rojo pero los marcianos han sido puestos en alerta y utilizan todo tipo de artimañas para eliminar a los astronautas y evitar la futura colonización de Marte. Los Colonizadores: los marcianos han perecido debido a la llegada accidental de enfermedades humanas como la Varicela, para la cual carecen de defensas. Sin embargo el espíritu de los alienígenas parece seguir flotando en los restos de las desiertas ciudades marcianas. Los Marcianos: una guerra nuclear ha devastado la Tierra y los colonos marcianos han decidido regresar para reconstruir la civilización. Sólo un puñado de personas permanece en los áridos desiertos del planeta rojo, y han comenzado a contactarse entre ellos para formar una nueva y pequeña comunidad. Pero, en la hora más triste de la historia de la humanidad, una nueva esperanza surge al hacer contacto con los escasos sobrevivientes de la antigua civilización marciana.

Cronicas Marcianas Crónicas Marcianas (1950) es, sin lugar a dudas, la obra más conocida de Ray Bradbury. Este es un compilado de cuentos que Bradbury escribió durante la década del 40, a los cuales agregó algún que otro relato al momento de su publicación como para darle un poco de unidad temática. Y si bien el proyecto de adaptar Crónicas Marcianas estuvo dando vueltas durante años en Hollywood, recién se materializaría en esta miniserie de 1980, la cual fue rechazada por la crítica, el público y el mismo Bradbury en su momento.

Debo admitir que no me gusta Bradbury. Creo que es un excelente narrador pero un pésimo creador de historias, las cuales comienzan de manera excitante y concluyen de manera muy boba. Cuando sus obras han llegado al cine (y le han podado la narración en off del mismo Bradbury) quedan en evidencia los defectos estructurales de sus historias, tal como ha ocurrido con El Hombre Ilustrado y El Carnaval de las Tinieblas. Hasta ahora la mejor adaptación cinematográfica del autor ha sido Fahrenheit 451, gracias al talento de Francois Truffaut.

Y, honestamente, la versión 1980 de Crónicas Marcianas tampoco es una maravilla que digamos. Acá la producción – a cargo del ex pope de la Amicus Milton Subotsky – es pobrísima y los magros fondos sólo alcanzaron para contratar a uno de los directores más espantosos de todos los tiempos como es Michael Anderson, el mismo de Fuga en el Siglo XXIII y Millenium. Por contra, el cast es bueno y se dieron el lujo de fichar a Richard Matheson como guionista.

La miniserie está dividida en tres capítulos, los cuales son dispares. En el primero recibimos el shock de ver un despliegue de efectos especiales terribles, decorados baratos, y astronautas vestidos con pantalones y chaquetas. En una decisión artística execrable el director Anderson rueda una larguísima secuencia en el espacio – con acoples de naves en orbita, descensos hacia la superficie, etc – que parece estar hecha con juguetes Lego. Cualquier otro cineasta hubiera intentado esconder las limitaciones de la producción, pero aquí parecen regodearse con el detalle. Sumen a esto unas cuevas marcianas hechas con papel maché, y tendrán una idea de lo patético que se ve todo esto.

Pero, gracias a Dios, el lirismo de la adaptación de Richard Matheson termina por triunfar sobre las limitaciones artísticas del abominable Michael Anderson. En el primer capítulo Matheson / Bradbury se despachan con secuencias realmente inspiradas, explorando la naturaleza de la colonización. Por supuesto la obvia fuente de inspiración es la invasión española de América en el siglo XV, tocando temas como el choque de civilizaciones, el aniquilamiento cultural de los conquistados, y la llegada de nuevas y devastadoras enfermedades que traen los colonizadores. A esto se suma temas de la propia factura de Bradbury – la civilización marciana ecologista, espiritual y decadente; los poderes mentales de los alienígenas, capaces de crear ilusiones en base a los recuerdos humanos y que se constituyen en la unica arma con la que cuentan para detener al invasor (un recurso que la película Viaje al Septimo Planeta terminaría por copiar) – que contribuyen a crear un inquietante clima fantástico. Es en el acalorado discurso del personaje de Bernie Casey en donde este segmento alcanza sus mejores momentos.

El segundo capítulo es temáticamente algo más dispar. Está la excepcional idea de concebir a Marte como una zona espiritual, que puede ser tanto el Paraíso como una gigantesca casa embrujada. Los marcianos han perecido pero… algo de ellos aún flota en el ambiente, y puede asumir formas familiares. ¿Es simplemente el mecanismo de auto defensa de una raza pacífica casi extinguida, o hay una intención mucho más perversa detrás?. La materialización de los fantasmas basados en recuerdos humanos sigue una línea similar a Solaris, y tiene tanto su cuota de redención como de tortura moral. Si su hijo muerto reviviera en Marte, usted ¿qué haría?. ¿Lo mataría, sabiendo que es un marciano?. ¿Lo aceptaría, aún a sabiendas que se trata de un truco mental? ¿Acaso éste es el cielo y esta es una segunda oportunidad para redimirse con un ser querido que había dejado de existir?. En el caso de Crónicas Marcianas el relato se vuelve extremadamente melancólico cuando hacen acto de aparición estos fantasmas. Es como si los mismos marcianos hubieran quedado huérfanos y quisieran ser adoptados por los humanos, haciéndose pasar por uno de ellos.

Y por supuesto la secuencia del padre Peregrino es muy rica en ideas. Las esferas de luz, ¿son ángeles o marcianos benevolentes? ¿o acaso ambos conceptos son lo mismo, sólo que la religión se vio obligada a interpretarlos y le dió otro nombre?.

El tercer capítulo arranca muy mal. Una guerra nuclear arrasa la Tierra, y los colonos marcianos regresan en masa, decididos a ver qué ha quedado en pie en nuestro planeta. Por contra un puñado de colonos – los más solitarios y pobres – se han quedado en el planeta rojo. Estos sobrevivientes intentan contactarse entre sí pero, los que quedan, no están muy cuerdos que digamos. Esto lleva a una larguísima e irritante secuencia seudo cómica, en donde Christopher Connelly – luego de buscar durante días – logra dar con la última mujer del planeta, la cual tiene las neuronas quemadas y vive maquillandose frente al espejo. Luego de una media hora insufrible, el relato pasa a otra historia (el viejo que vive con los robots que hacen de su esposa y su hija), el que al menos está más inspirado y fusiona la conclusión de ambas tramas con una vuelta de tuerca aceptable.

Crónicas Marcianas es muy dispar. Hay que aceptar que el relato funciona en tono de alegoría, y hay que disculpar tanto la mala dirección como los terribles efectos especiales. Pero, dentro de sus cuatro horas y media de duración, hay muchas ideas y muchos momentos inspirados, los que terminan por volcar la balanza hacia un resultado positivo.