Crítica: El Pirata Hidalgo (The Crimson Pirate) (1952) (El Temible Burlón)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1952: Burt Lancaster (Capitán Vallo), Nick Cravat (Ojo), Eva Bartok (Consuelo), Torin Thatcher (Humble Bellows), James Hayter (Profesor Prudence), Leslie Bradley (Barón Jose Gruda), Margot Grahame (Bianca), Noel Purcell (Pablo Murphy), Frederick Leister (Sebastian), Eliot Makeham (Gobernador)

Director: Robert Siodmak, Guión: Roland Kibbee, Música – William Alwyn

Recomendación del Editor

Trama: Siglo XVIII, aguas del caribe. El barco pirata del capitán Vallo (también conocido como el pirata carmesí) ha capturado un buque inglés que tenía como destino la Isla de Cobra, y que lleva un enorme cargamento de armas y municiones para aprovisionar a las fuerzas militares que intentan reprimir los intentos independentistas de los lugareños. Vallo se queda con el cargamento y libera al Barón Gruda con la idea de hacer un juego de múltiples traiciones: primero vender las armas a los revolucionarios, y después entregar el paradero de su líder – llamado El Libre – a los ingleses y recuperar las armas. Pero las cosas se complican cuando contacta a las fuerzas revolucionarias: primero porque El Libre está prisionero en una cárcel inglesa cercana (y sin su visto bueno, los revolucionarios no le comprarán las armas); segundo, porque en el proceso de rescate se enamora de Consuelo, la hija del líder independentista, y decide apoyar a la revuelta. Pero la tripulación de su barco – influenciada por Gruda – anticipa su movida, se amotina y lo abandona en alta mar. Apoyado por los separatistas – débilmente armados -, Consuelo y su fiel teniente Ojo, deberá urdir un plan para liberar a la isla del dominio tiránico del Barón Gruda, además de recuperar el control de su barco pirata y la confianza de su tripulación.

  El Pirata Hidalgo (The Crimson Pirate) (1952) “Recuerda que en un barco pirata, en aguas piratas, en un mundo de piratas no hay preguntas. Sólo cree lo que veas… ¡No!, ¡Mejor cree la mitad de los que veas!”

(El Capitán Vallo, después de saltar acrobáticamente entre varios mástiles de su nave, y dirigiéndose directamente a la platea).

Nota del autor: amo a los españoles. De verdad. Pero hace tiempo que me estoy frenando y ya no puedo contenerlo. Hacen atrocidades con las traducciones y los doblajes. Desde mutar el clásico “hasta la vista, baby!” de Terminator a un ridículo “sayonara,baby!”, hasta doblar íntegramente las canciones de Gene Kelly en Cantando bajo la Lluvia – matando la voz original del actor -. El último colmo es cambiar el título de The Crimson Pirate por El Temible Burlón (nada que ver). ¿Tanto odian los subtítulos o ver un poco del film para ponerle un título más apropiado?. Imagino que continuarán por la misma senda, así que no me extrañaría que cambien a la futura Terminator 4 por “el robot cachas que mola un montón”.

Los años 50 son la época de oro de Hollywood. El auge del Star System, que era una idea de marketing pergeñada por los ejecutivos de los estudios (en especial Louis B. Mayer) donde los actores eran prácticamente dioses caminando en la Tierra (y esa etapa de intensa publicidad también servía para disfrazar los escándalos sexuales tras bambalinas). Es también el auge económico de la sociedad norteamericana de la post guerra, y una etapa bastante naif en la cinematografía – a excepción de la serie B que daba señales camufladas sobre la presencia de la Guerra Fría, el resto de los filmes eran esencialmente escapistas -. Los músicales, las super producciones a todo color, los intachables libretos… en fin.

Como todas las modas que van y vienen, el género de piratas era popular en aquel momento. El Capitán Kidd, el Capitán Blood… y en 1952 apareció el Capitán Vallo. Uno no es un especialista en el género, pero bien puede afirmar sobre bases ciertas que The Crimson Pirate es una de las mejores películas de piratas de la historia sin duda alguna.

Hay algo muy particular en el film, que es lo que nos obliga a incluirlo en nuestra web. Sin ir más lejos, es el abuelo directo de Piratas del Caribe – obviamente sin elementos fantásticos -. Christopher Lee tiene aquí un papel pequeño en el film, y cuenta que Robert Siodmak – que era un típico director serie B, especializado en policiales negros, y que regresaría a Europa ni bien terminó el rodaje – leyó el argumento y le pareció demasiado solemne, e inmediatamente introdujo un montón de cambios que lo convirtieron en una comedia. Y terminó por dirigir este pequeño clásico.

La primera parte del film es bastante lineal. Básicamente Vallo quiere pasarse de rosca, vendiendo, robando, revendiendo y traicionando a medio mundo. El tema es que termina por enredarse en sus propias tramoyas – especialmente cuando conoce a la hija de El Libre, de la cual se enamora -, lo que lo obliga a echarse atrás y culmina por ser traicionado por su tripulación amotinada – díganme si esto no les suena conocido… -. Cuando los personajes de El Libre y el profesor Prudence aparecen en escena es cuando el filme se vuelve más disparatado y desata lo mejor de su comedia.

Básicamente es un vehículo para el lucimiento de Burt Lancaster. Lancaster ya era una estrella de acción – especialmente con su anterior entrega El Halcón y La Flecha de 1950 -, que a diferencia de los actores comunes, solía realizar impresionantes destrezas físicas en pantalla – algo únicamente comparable con Douglas Fairbanks padre -. Y esto se debe a su formación como acróbata circense, oficio del cual vivió hasta cerca de los 30 años hasta que una lesión lo obligó a abandonar. Precisamente el acto de circo de Lancaster estaba complementado por Nick Cravat – un amigo de infancia de Lancaster, que llegaría a filmar nueve películas con la estrella inclusive en su vejez como La Isla del Doctor Moreau (1977) -, quienes se presentaban como Lang & Cravat.

Y aquí Lancaster y Cravat tienen excusas de sobra para exhibirse. Saltando por los techos, haciendo payasadas, volteando decenas de soldados en sus correrías por el poblado de la Isla de Cobra. La química entre los actores es perfecta; y Cravat se roba las escenas con facilidad, a pesar de no emitir ni un sonido – contrariamente a lo que se cree, Nick Cravat no era mudo, sino que simplemente poseía un marcado acento de Brooklyn que resultaba inapropiado para los filmes de época -.

Obviamente los personajes no son tridimensionales. Están pensados como figuras épicas: el pirata de noble corazón, el emisario gubernamental retorcido y tan malo como el diablo, la bella idealista que hace cambiar de idea al pirata, los bucaneros anónimos que se rigen por sus propios códigos, etc. En algunos casos los caracteres son puro cartón pintado: en especial, El Libre (que es el líder de la revolución) y que desaparece de la trama en un suspiro – en una escena tan veloz que uno se pregunta minutos después que pasó con el personaje -. Consuelo, la hija de El Libre, tampoco es un modelo de profundidad sicológica, y el romance es puro clisé sin demasiada química entre los protagonistas. El malévolo Barón Gruda – que pasa en mitad del filme de ser un rencoroso enviado de la majestad a virtual tirano de la Isla – resulta bastante inteligente pero no posee mucho carisma (y sus primeros actos de tiranía son bastante patéticos). Y prácticamente todo el filme se centra en Vallo y Ojo – donde Cravat hace su mejor imitación de Harpo Marx -.

Pero si bien Lancaster y Cravat son simpáticos en la primera parte de la película, la acción se dispara en la segunda mitad. Con el personaje del Profesor Prudence aparecen los anacronismos y las escenas locas, como los piratas caminando por el fondo del mar (y usando el bote dado vuelta como campana de oxígeno), el globo aeronáutico, los tanques montados sobre carretas, el submarino o los bombardeos con nitroglicerina. Podría haber sido un filme de piratas más, con Nick Cravat como comic relief, pero uno se da cuenta de que todas las cosas no van en serio cuando el barco de Vallo dispara una andanada contra la costa y los soldados ingleses quedan en paños menores; o cuando Vallo, Ojo y Prudence son dejados a la deriva en alta mar y uno de los piratas llora. Por momentos el filme parece un cartoon hecho con actores.

Es una película realmente entretenida, si bien hay algunos momentos serios que por suerte no duran demasiado. Desde el motín y el abandono en el mar del capitán pirata hasta el clímax con los bucaneros nadando por debajo del buque inglés y tomando por sorpresa a los marineros, hay bastantes ideas que sin duda “inspiraron” a Ted Elliot y Terry Rossio para escribir el guión de la afamada trilogía de la Disney. Narrativamente es muy ágil y muy moderna para su época, con todo el despliegue que Hollywood hacía en aquél entonces, y con la sonrisa respladesciente de Burt Lancaster más brillante que nunca.