Crítica: La Ciudad de los Niños Perdidos (1995)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Francia, 1995: Ron Perlman (Uno), Judith Vittet (Miette), Dominique Pinon (El buzo / los clones), Daniel Emilfork (Krank), Genevieve Brunet & Odile Mallet (Octopus), Jean-Louis Trintignant (Voz de tío Irvin), Mireille Mosse (Marthe), Jean-Claude Dreyfus (Marcello), Joseph Lucien (Denree)

Director: Marc Caro & Jean-Pierre Jeunet, Guión: Marc Caro, Jean-Pierre Jeunet & Gilles Adrien

Trama: Uno es el forzudo de una feria circense. Corto de mente, ha logrado formar una familia con su cuidador y con Pequeño, un chico que han recogido de la calle. Pero el cuidador ha sido asesinado en una reyerta callejera y, en el interín, Pequeño ha sido raptado. Desesperado, la única pista de Uno lo lleva hasta los Cíclopes – una secta de fanáticos que utilizan ojos cibernéticos para ver mejor la realidad, y que aceptan trabajos en el bajo mundo -. Es así como descubre que Pequeño está en manos de un científico loco llamado Krank, el cual se apodera de niños abandonados para extraerle los sueños y, de ese modo, poder dormir. Pero Pequeño tiene una imaginación muy fuerte y pronto Krank queda prendado de él, volviéndose su única y mas fuerte esperanza para volver a tener una vida normal. Ahora el forzudo y Miette – una joven ladrona que ha decidido ayudarlo – han descubierto el escondite de Krank y sus secuaces, y están decididos a rescatar al niño… aunque los peligros son muchos y Krank y los suyos son mucho mas letales de lo que parecen.

Critica: Le Cité des Enfants Perdus

La Ciudad de los Niños Perdidos (1995) Salvo escasas excepciones, es raro que revisemos cine francés en esta columna. El gran problema con el cine galo es que suele pecar de pretensioso y cae en devaneos intelectualoides que no siempre cuajan. Más en el caso del cine fantástico, en donde predominan las ideas del autor sobre la coherencia de la historia – es un cine de discursos y de visiones salvajes sobre la naturaleza del hombre y del mundo, ya sea que hablemos de Jean Cocteau o de Goddard -. Pero La Ciudad de los Niños Perdidos es un espectáculo tan fascinante y delirante que resulta imposible no sentirse atraído por su narrativa. Es como si Tim Burton hubiera sido transportado en el tiempo a la década del 30 y hubiera rodado una película en plena euforia del expresionismo alemán. La estética steampunk sumado a la simpleza de ideas propias de la aventura vintagehéroe simplón, villano frustrado buscando un imposible, secuaces deformes que sólo piensan en corromper a la inocencia – me hace acordar, por elevación, a la filmografía de Fritz Lang. Esos malvados de inventos imposibles que pretenden ser superiores y, en su intento, terminan perdiendo lo que les daba humanidad. El intelecto superior es vencido por la ambición – en este caso Krank ha perdido la capacidad de soñar en su afán de perfeccionarse genéticamente, y debe recurrir al secuestro sistemático de niños para robarle sus sueños… los cuales son pesadillas recurrentes ya que él mismo se ha transformado en una figura monstruosa para la infancia del lugar -, y la inteligencia no compensa el haber roto los límites éticos de la ciencia. Pero, mientras tenemos científicos locos y secuaces deformes en un lado, por el otro tenemos la deformidad natural – los fenómenos de circo convertidos en capos del bajo mundo, explotadores seriales de los huerfanos a los cuales han convertido en su ejército privado de ladrones dedicados al pillaje en las sucias calles aledañas – y la inocencia pura. Componiendo otro bruto de enorme corazón (de los que compone su larga lista de papeles) está Ron Perlman, ese gigante forzudo que desconoce cómo funciona el mundo y desespera cuando su hermano pequeño es raptado por Krank y sus aliados.

La Ciudad de los Niños Perdidos funciona debido a lo arrebatador de sus imágenes. No siempre la historia resulta coherente – el climax es un delirio de aquellos, plagado de conductas raras de los personajes y algún que otro Deus Ex Machina – pero, durante el transcurso, es compulsivamente mirable. Claro, para ello la dupla de cineastas galos Caro & Jeunet ponen toda la carne al asador, con un ejército de ladrones dotados de ojos cibernéticos, malvadas siamesas que apremian a los huérfanos que deben custodiar para que le llenen sus bolsillos con el fruto de sus robos, un domador de pulgas de corazón noble e impensados talentos, y un montón de casualidades que entran en el realismo mágico, como la lágrima de la joven ladrona que cae y desata una serie de disparatados eventos que termina por salvarle la vida.

Desde ya, éste es un mundo tan bizarro como violento. Quienes la pasan peor son los chicos, que son insultados y golpeados sin muchos miramientos. En todo caso el mensaje es que no existe ni un solo adulto que los quiera o que no piense en usarlos. Ron Perlman no entra en la misma categoría ya que el tipo es un niño en el cuerpo de un gigante, el cual precisa de la astucia callejera de Judith Vittet para hallar la primera pista que le permita recuperar a su hermano. Es esa pureza la que invita a Vittet a ayudarlo primero, y a considerarlo como familia en una etapa posterior. Para Vittet, el gigante representa su pasaporte para salir de la espiral de abuso, ésa en donde debe robar contra su voluntad para satisfacer a sus controladores. La niña sabe que es cuestión de tiempo antes de que el oficio se haga carne y corrompa su corazón, y lo único que busca es alguien que la quiera y la proteja. Y Perlman, en todo su desparpajo, es su Quijote salvador.

No siempre la excentricidad funciona. Los clones de Dominique Pinon son demasiados burdos y payasescos para inspirar amenaza alguna, y la versión original del mismo carece de misión – una vez recuperada parte de su memoria sólo piensa en volar las instalaciones de su padre sin considerar los chicos involucrados, además de reirse como un desquiciado -, salvo la de provocar un big bang para el final. Por otra parte la presencia del cerebro parlante Irvin (Jean-Louis Trintignant) solo sirve para crear un falso misticismo. Oh, si, es el gran maestro del sueño pero… ¿cómo es que terminó en una pecera?.

Oscura, bizarra y fascinante, La Ciudad de los Niños Perdidos es un espectáculo único que cautiva. No es redondo pero es fresco y original, un especímen único en donde la creatividad vuela sin límites y el único beneficiario es el espectador, testigo pleno de un talento desmesurado puesto a su servicio.