Crítica: Atlas Shrugged Part II: The Strike (2012)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2012: Samantha Mathis (Dagny Taggart), Jason Beghe (Henry Rearden), Esai Morales (Francisco d’Anconia), Patrick Fabian (James Taggart), Kim Rhodes (Lillian Rearden), Richard T. Jones (Eddie Willers), D.B. Sweeney (John Galt), Paul McCrane (Wesley Mouch)

Director: John Putch, Guión: Duke Sandefur, Brian Patrick O’Toole & Duncan Scott, basados en la novela homónima de Ayn Rand

Trama: El futuro. El mundo se encuentra sumido en una crisis global gracias a la escasez de combustible. Los únicos que parecen prosperar son las corporaciones lideradas por Dagny Taggart y Henry Rearden, las que se dedican respectivamente a los ferrocarriles y a la siderurgia, y cuya alianza ha servido para montar un tren de alta velocidad que se ha constituído en el único medio de comunicar toda la nación. Pero el gobierno norteamericano está celoso de los logros de Taggart y Rearden, y ha impuesto una ley marcial económica, obligándolos a donar la propiedad intelectual de sus patentes y descubrimientos – entre ellos el indestructible metal Rearden, el cual ha revolucionado la industria y ha servido para montar el eficiente tren que Taggart regentea -, y forzándolos a compartir ganancias con las empresas más ineficientes. En semejante puja entre empresarios y burócratas vuelve a surgir el nombre de John Galt, un inventor idealista que parece haber construido un generador de energía inagotable, el cual se alimenta de la energía estática del medio ambiente. Dicho generador está en manos de Dagny Taggart, pero el mismo se encuentra incompleto y el paradero de Galt – el único que puede hacerlo funcionar – es un misterio. Y, en la hora más oscura para la corporación que preside, Taggart parece haber hallado una pista para dar con Galt, el cual parece estar reclutando a empresarios e inventores para montar un proyecto secreto que logre paliar la crisis energética y – lo que es mejor – voltear a los ambiciosos burócratas del gobierno que regulan la actividad privada.

Atlas Shrugged Part II: The Strike (2012) En el 2011 apareció Atlas Shrugged, la cual era la adaptación parcial del popular y polémico libro escrito por Ayn Rand en 1957. En sí, Atlas Shrugged no era mas que un panfleto político disfrazado de thriller, en donde la escritora inventaba una trama para ejemplificar los aspectos más destacados de su postura filosófica y política, conocida como Egoismo Racional. En sí, el Egoismo Racional no es sino la expresión mas radicalizada del capitalismo salvaje, en donde se aduce que los empresarios estarían mucho mejor si no existiera el Estado, e indicando que las leyes del mercado son las únicas que existen. A medida que uno comienza a profundizar en las implicancias de semejante filosofía, llega a la conclusión de que se trata de una postura atroz por donde se la mire: lo de Rand no es mas que Darwinismo social y económico, en donde el pobre debe morir y el mundo queda reservado para los exitosos y adinerados. Los sindicatos son una molestia y los únicos que tienen la razón son los capitalistas de fama y fortuna. Como dice un personaje en el filme que nos ocupa, “cada dólar que integra su fortuna constituye una medalla al éxito e ingenio que tienes”.

Es una posición tan radical que resulta estúpida; el problema con las posiciones radicales es que, en las crisis mas graves y devastadoras, una gran parte de la gente termina por volcarse a ellas, abrazándolas cuando incluso en un principio la rechazaban. Resulta obvio que el nazismo no tiene nada que ver con el Egoísmo Racional de Rand, pero comparten cierta genética, en donde se establecen soluciones revolucionarias – que implican el arrasamiento de todo lo establecido – para construir de cero un nuevo orden. Los discursos de Sarah Palin están empapados de la filosofía de Rand, la cual desborda de tintes facistoides al reclamar que “Dios debe regresar al lugar a cual pertenece: los Estados Unidos”, como si el resto del mundo sólo sirviera como retrete de yanquilandia. La culpa es de los demás y del gobierno, y hay que dejar que los capitalistas hagan lo suyo sin regulaciones, ya que ellos son los que han hecho grande a la nación. Mientras que hay algo de cierto en todo ello – el espíritu emprendedor norteamericano y las leyes de mercado han propiciado la fama y fortuna de un puñado de selectos iluminados, historias entre las cuales se cuenta la de Steve Jobs, Bill Gates, Thomas Alva Edison, y un vastísimo etcétera -, por otra parte la intervención del Estado ha sido más que necesario para que los poderosos no exploten a morir a los más débiles. Si el capitalismo salvaje de la revolución industrial se hubiera mantenido sin regulaciones, los obreros seguirían trabajando con jornadas de 16 horas diarias, se mantendría el trabajo infantil y a nadie le importaría un pito si el trabajador tiene cobertura médical o siquiera cobra un sueldo respetable.

En semejante contexto, ver una obra como Atlas Shrugged sólo sirve para provocar fervientes reacciones de rechazo. La obra es de una ingenuidad asombrosa, la cual intenta hacer que compremos a toda costa la mentira absurda que ella misma se ha inventado. Ello no significa que uno deba repudiarla ciegamente por lo que es pero, lo que es más que seguro, es que a nadie le resultará indiferente el contenido político del filme. En ese sentido aplaudo la voluntad de los productores, quienes han seguido financiando este ladrillo sabiendo que nunca dará ganancias y cuya mayor utilidad será despertar acalorados debates en círculos intelectuales. Es por ello que respeto la intenciones del filme, aunque disiento seriamente en la filosofía que propugna.

Considerando que Atlas Shrugged es un panfleto, los productores lograron hacer una colecta entre los defensores de la obra para poder rodar una segunda (y hasta una tercera) parte, aún cuando no se pudieron recuperar del enorme rojo que generó el filme original. El hecho de obtener semejante cantidad de fondos para financiar una obra destinada a dar pérdidas desde el vamos, es un claro indicativo que existen numerosos poderosos que comparten y apoyan seriamente los postulados de la filosofía de Rand.

En sí, Atlas Shrugged Part II: The Strike no es mas que una regurgitación de la Parte I. La historia no avanza demasiado – a esta pareja de capitalistas / amantes les siguen pasando las mil y una, gracias a esos bastardos burócratas intervencionistas que yacen en los estamentos más altos del gobierno, y que sólo propulsan la chatura y la mediocridad -, pero al menos la trama sigue resultando cuasi interesante, gracias a que pusieron un cast completamente nuevo y hay un director mas hábil detrás de cámaras. Ello no quita que no hayan momentos de acalambrante ridiculez, como cuando el presidente de los EE.UU. decide dictar la ley marcial económica (WTF!), congelando precios y salarios, y obligando a que todos los empresarios cedan sus derechos de propiedad al Estado, amén de verse imposibilitados de renunciar si están en desacuerdo. Es que el texto de Rand se empecina en poner al gobierno como una manga de retorcidos incompetentes, capaces de hacer las estupideces mas abismales con tal de perjudicar a los virginales capitalistas que sólo quieren sumar unos millones a su fortuna. Aún con toda la imbecilidad enquistada en el texto, inherente a la filosofía de Rand, Atlas Shrugged Part II se deja ver, simplemente porque funciona como un thriller de segunda categoría. Las performances son buenas y los personajes son, por momentos, interesantes, hasta que se deciden a vomitar una parrafada panfletaria, momento en que todos los méritos del filme se van al diablo.

Pero si hay algo que reprochar a Atlas Shrugged Part II: The Strike, es que se trata de una dilación innecesaria. Todo el texto de Rand podría haberse reducido a dos filmes, y uno tenía todas las expectativas puestas en que el dichoso John Galt haría acto de presencia aquí y contribuiría a desenredar de una vez por todas la trama. Como eso no pasa, lo que hay es un culebrón capitalista demasiado estirado, con momentos acertados y pifias bastante feas – como el implacable uso del latiguillo ¿quién es John Galt?, dicho en los momentos más ridiculos e inoportunos de la historia -, que termina siendo aplastado bajo el peso de su propia (y auto impuesta) solemnidad. Esto se traduce en diferentes valoraciones de un mismo film según la óptica con que se lo mire: puede considerarlo como el capítulo II de un thriller rebuscado y mediocre; como un panfleto político ostentoso y ridículo; o como un fracaso con apasionantes repercusiones, ya que sirve para encender un debate de cierta altura. Yo me quedo con la última opción, razón por la cual lo ubico en la categoría de potable aunque estoy seguro que el 95% de la gente que vea el filme la tildará de pastiche prepotente e intragable.

LA REBELION DE ATLAS (ATLAS SHRUGGED) SEGUN AYN RAND

Atlas Shrugged Parte I (2011) – Atlas Shrugged, Parte II: el Golpe (2012) – Atlas Shrugged, Parte III (2014)