Crítica: La Rebelion de Atlas, Parte I (Atlas Shrugged, Part I) (2011)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2011: Taylor Schilling (Dagny Taggart), Grant Bowler (Henry Rearden), Paul Johansson (John Galt), Jsu Garcia (Francisco D’Anconia), Graham Beckel (Ellis Wyatt)

Director: Paul Johansson, Guión: John Aglialoro & Brian Patrick O’Toole, basados en la novela homónima de Ayn Rand

Trama: El futuro cercano, año 2016. Hay una enorme crisis internacional debido a la escasez de combustibles. Las economías regionales han caído, la mayoría de las industrias han cerrado y, entre las pocas actividades que aún dan ganancias, se encuentran los ferrocarriles. Dagny Taggart es la heredera de la empresa familiar de transportes ferroviarios, manejada ahora por su hermano; pero los trenes de los Taggart han sufrido numerosos atentados y accidentes, provocados por oscuros enemigos que operan desde las sombras. Para Dagny la única esperanza consiste en que ella se independice y, con su propia emprendimiento, se haga cargo del ramal más exitoso (y atacado) que poseen los Taggart. Pero para ello deberá aliarse con el industrial Henry Rearden, quien ha descubierto una aleación más fuerte y liviana que el acero, y la cual le permitiría construir trenes más potentes y veloces que transportarían muchísima más carga en la cuarta parte del tiempo. Pero la alianza pronto comienza a ser atacada por los enemigos de los Taggart, los sindicatos y el propio estado intervencionista. Y ahora la única esperanza que les queda consiste en una leyenda, un enigmático hombre llamado John Galt, el cual parece tener las respuesta para la crisis energética y para ponerle fin a la escalada intervencionista del gobierno.

Atlas Shrugged, Part I La Rebelión de Atlas es la primera parte de una proyectada trilogía cinematográfica destinada a adaptar una de las obras cumbres de la escritora y filósofa Ayn Rand (1905 – 1982). Si bien La Rebelión de Atlas entra dentro de lo que podríamos llamar ciencia ficción política – aquí hay un escenario simulado en donde el gobierno no actúa como de costumbre, y vemos cómo repercuten dichas acciones en el resto de la sociedad -, el libro apunta a utilizar la anécdota de la trama como tesis para demostrar diversos puntos de la postura filosófica de la autora. Como quien dice, detrás del culebrón propio de un best seller hay un panfleto político hábilmente camuflado.

Para entender mejor a la obra, hay que entender un poco a la postura de la autora. Ayn Rand era una liberal a ultranza, una enemiga acérrima de cualquier tipo de intervencionismo, y una defensora sanguínea del libre mercado. Ella plantó los fundamentos del llamado Objetivismo e impulsó el Egoísmo Racional, en donde cada uno debe perseguir sus propios sueños sin interferir con los de los demás, pero tampoco sin ayudar a aquellos que han fracasado o se han quedado por el camino. Uno podría citar como ejemplo a la postura actual del Tea Party norteamericano, devotos de Rand, quienes han dicho que Norteamérica debe ocuparse de su propia crisis, cerrarse sobre sí misma, y dejar a Europa (y al mundo) a su propia suerte. Si a ustedes les gusta la historia, podrán ver que esta posición no difiere mucho de la famosa Doctrina Monroe“America para los americanos” -, la cual fue emitida en 1823. Mientras que al principio la máxima aludía a la exclusión de cualquier tipo de intervencionismo político europeo en territorio americano, con el tiempo la frase fue interpretada como una eventual declaración de aislacionismo. Fue la Doctrina Monroe la que mantuvo a Estados Unidos fuera de la Primera Guerra Mundial hasta 1917; y fueron rezagos de la misma doctrina los que alejaron a los yanquis de entrar a la Segunda Guerra Mundial hasta que no les quedó más remedio, luego del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941.

Ciertamente uno podría decir que los tiempos han cambiado (y mucho) para los Estados Unidos. En el 1800 era un país joven, pujante y algo ingenuo, y en el siglo XX ya era una potencia con redes comerciales extendidas por todo el mundo. Es por ello que resulta incongruente pedir que un “imperio” se aisle del resto del planeta cuando el 90% del mismo se ve obligado a negociar y/o depender de él. En el fondo tanto la Doctrina Monroe como el Objetivismo de Rand no son más que expresiones muy elaboradas (o camufladas) de xenofobia, conservadurismo extremo y capitalismo salvaje, quienes desean que nadie les robe los puestos de trabajo, nadie les cobre un impuesto ni que nadie les exija compartir sus ganancias y se dedican a echarle las culpas de sus penurias económicas a los extraños que pisan su suelo.

Cuando La Rebelión de Atlas apareció en 1957, fue apedreada por casi todo el mundo. Curiosamente el libro comenzó a revivir con el paso de los años, especialmente después de cada crisis económica que sufrieron los norteamericanos durante las siguientes décadas. Como un signo de los tiempos, no sólo el público joven de cada nueva generación accedió a la novela sino que terminó por abrazar sus ideas en un porcentaje cada vez mayor – hoy en día, Atlas Shrugged es un clásico imbatible que figura todos los años entre los 25 libros más vendidos en Estados Unidos -. Y hoy en día, luego de la crisis financiera / inmobiliaria del 2008, existe un gran porcentaje de la población joven norteamericana que exhibe la bandera de John Galt – el héroe idealista que creó Ayn Rand para su novela – como su propio estandarte. Son los que le gritan a Barack Obama que debería haber dejado caer a los bancos y a las corporaciones financieras en vez de socorrerlos con miles de millones de dólares del patrimonio público norteamericano.

Ahora llega esta película, la cual sería el primer capítulo de una posible trilogía (cuya concreción ha sido puesta seriamente en duda debido al magrísimo resultado en taquilla que tuvo el filme … y que demuestra que no hay tantos ultraliberales como uno cree). Aquí los únicos aspectos de ciencia ficción pasan por la extinción casi total de los yacimientos de petróleo en todo el mundo y por el descubrimiento de una aleación de metales casi indestructible. Lo que sigue es jugar con las repercusiones de dicho escenario – ausencia casi total de autos, desesperación por encontrar fuentes de energía alternativas, una crisis económica global que voltea a la mayoría de empresas y corporaciones, el resurgimiento del ferrocarril como único medio masivo de transporte de personas y carga -, lo cual es manejado de manera muy racional y creíble. No es el futuro más fascinante para investigar, pero no por ello deja de ser interesante.

Ciertamente La Rebelión de Atlas, Parte I tiene una cantidad enorme de problemas. Si se quiere, éste es un filme mediocre cargado de aspectos fascinantes. Por un lado hay una intriga muy propia de best seller a lo Arthur Hailey con “rica heredera que se hace cargo de la empresa familiar en crisis, la saca adelante y vence a sus siniestros enemigos de turno”, que no por trillado no deja de ser interesante. Por otro lado está el pasquín político de Rand, en donde sindicalistas y operadores del gobierno son visto como sucios, ineptos y corruptos, enemigos acérrimos de la libre empresa. El discurso político del filme es tan exagerado que a veces bordea lo ridículo – Rand crea a un empresario e inventor idealista (el mentado John Galt), el cual va reclutando a los empresarios más poderosos para llevarlos a una “colonia” y, desde allí, mandar un masivo lock out para tumbar al gobierno que los explota (de allí el nombre de la novela; la rebelión de quienes mantienen el sistema y que, como Atlas, se encargan de sostener el mundo); los ministros y secretarios toman, en medio de la crisis, algunas de las medidas más estúpidas y aberrantes que uno haya escuchado, como “no producir más que el competidor”, “que los empresarios no sean dueños de más de una empresa”, o que no puedan despedir a gente de más de tantos años de antigüedad -, y ello termina por minar las bases de una historia rica en posibilidades. El problema pasa porque Rand pone como villanos a los políticos y a los sindicalistas, los cuales toman medidas monumentalmente absurdas para arruinar a la pobre niña rica heredera de los ferrocarriles. Lo que se dice, un melodrama capitalista ultraconservador.

El tema con La Rebelión de Atlas, Parte I es que las dos tramas – la intriga de best seller y el panfleto político – son demasiado extensas para coexistir en 90 minutos de filme y terminan siendo metidas con calzador. Hay demasiados diálogos, como si los libretistas no se hubieran animado a recortar o abreviar la densidad de la trama. Y si bien hay escenas en donde florecen discursos ideológicos inspirados (aunque discutibles en cuanto a contenido), abundan los momentos aburridos. Este es un filme muy particular, con puntos interesantes, pero que a su vez no es muy entretenido y que uno precisa estar de un humor muy especial para poder apreciar sus ideas.

La Rebelión de Atlas, Parte I es una cinta interesante. Oh si, la visión de Rand es discutible, pero igual no deja de ser interesante ver cómo está construída. Quizás lo que precisaba la obra era otro formato – el de una miniserie -, lo cual le daría más oxígeno y mayor libertad para adaptarla. Así como está no está totalmente mal… aunque tampoco está del todo bien.

LA REBELION DE ATLAS (ATLAS SHRUGGED) SEGUN AYN RAND

Atlas Shrugged Parte I (2011) – Atlas Shrugged, Parte II: el Golpe (2012) – Atlas Shrugged, Parte III (2014)