Crítica: Asesinos por Naturaleza (1994)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1994: Woody Harrelson (Mickey Knox), Juliette Lewis (Mallory Knox), Robert Downey Jr (Wayne Gale), Tom Sizemore (Jack Scagnetti), Tommy Lee Jones (Dwight McClusky), Rodney Dangefield (Ed Wilson)

Director: Oliver Stone, Guión: Oliver Stone, Richard Rutowski & David Volez, basados en una historia de Quentin Tarantino

Trama: Mickey y Mallory Knox forman una pareja de enamorados devenida en asesinos seriales. Luego de liquidar a los abusivos padres de Mallory, el dúo se ha dado a la fuga, dejando un reguero de cadáveres por el camino. Con las autoridades tras sus pasos, los Knox descubren que se han transformado en héroes mediaticos y que las multitudes ovacionan sus matanzas. Luego de ser arrestados por el brutal detective Jack Scagnetti, los Knox son encerrados en prisión de por vida; sin embargo, el dúo sigue siendo tan letal como antes, liquidando a una docena de guardias y a varios medicos durante su estadía en la cárcel. Con las autoridades decididas a cortar su desenfreno asesino – aplicándoles una lobotomía que los convertirá en vegetales humanos -, los Knox deciden acceder a una última entrevista para la prensa. Sin embargo las cosas se salen de control cuando, en medio de la reunión, un motín estalla en la cárcel… y se transforma en una oportunidad soñada para que los Knox puedan urdir su sangriento regreso a la libertad.

Arlequin: Critica: Asesinos por Naturaleza (1994)

      A Oliver Stone siempre le ha gustado ser controversial, pero pocos títulos han levantado tanta polvareda como Asesinos por Naturaleza. Es ultraviolenta, cruda y satírica, amén de darse el lujo de pegarle un cachetazo a la cultura norteamericana. A final de cuentas el propósito de Stone es el de crear una visión artística a partir de un dúo de salvajes amorales, los cuales van exterminando todo a su paso. Mientras que sus intenciones son loables – crear una versión moderna de Bonnie & Clyde, despojada de todo romanticismo y empapada en cinismo puro, que sirva como espejo de las enfermedades que afectan a la sociedad estadounidense -, la puesta en escena no es todo lo prolija que debiera y termina por sepultar el mensaje debajo de una tonelada de tripas y sangre. Mientras que la historia está más que ok, el punto pasa por el estilo directorial de Stone, el cual aquí es tan experimental que termina resultando mareante y atenta contra las intenciones de la obra.

En sí, Asesinos por Naturaleza se siente como una versión de Faster, Pussycat! Kill, Kill! dirigida por Terry Gilliam en una noche saturada de malas drogas. Es la historia de dos sicópatas que gozan con la violencia extrema, y que viven una versión muy “volada” del mundo. Montan autos veloces, manipulan armas descomunales, dejan un reguero de sangre por donde pasan, se excitan con la violencia gratuita. El problema es que Stone no es Gilliam, y todo el ambiente sicodélico se ve forzado – si uno lo compara con los “viajes” alucinógenos de Pánico y Locura en Las Vegas, verá que Gilliam (por propia experiencia) es un artesano muy superior y más adecuado para retratar un clima de desenfreno y paranoia total inducido por la adrenalina y las drogas -. Quizás lo que le juega en contra es que Stone es demasiado prolijo como cineasta, y su versión de locura consiste en intercalar tomas de todo tipo y color – hechas con peliculas de distintas calidades, milimetraje y colores – cada cinco segundos, lo cual es esquizofrénico pero se siente extremadamente prearmado y antinatural. El otro problema es que, no conforme con esto, decide estimular al grueso del cast – esencialmente, los que hacen de personales “normales” – para que sobreactúe de manera salvaje, con lo cual todo se vuelve un festival de excesos. Mientras que Woody Harrelson y Juliette Lewis sobreentienden sus papeles y están realmente bien, el resto se dispara muy mal, en especial Tommy Lee Jones – en lo que debe ser la peor performance de su carrera -. Jones parece una versión gay e hipercafeinada de Jim Carrey, gritando y babeando por los cuatro costados. Al menos Downey Jr. y Sizemore terminan madurando sus performances al cabo de unos minutos, pero lo de Jones es largo, molesto e imperdonable.

Mientras que la edición salvaje y la sobreactuación estratosférica resultan molestos, por otra parte la historia y el dúo principal se dan maña para pergueñar algunos momentos interesantes. Es particularmente amarga (y genial al mismo tiempo) ver la crónica de la familia disfuncional (y del padre abusivo) contada – al principio – como si fuera una sitcom barata de los años 60. Ciertamente es un enfoque chocante pero, por otra parte, sirve para alivianar la carga emocional de la secuencia. Por otra parte, las sitcom en si son un exponente mediocre de la cultura estadounidense – humor en versión fast food, saturado de risas grabadas, y en donde prima el efecto sobre la calidad del contenido -, un género desbordado de familias ideales infestadas de problemas tremendamente alejados de la realidad. Al usar el formato de algo tan banal y light como instrumento de demostración de algo tan brutal como una familia violenta dominada por un padre violador, el efecto de revulsión es subliminal y va por duplicado.

La segunda escena memorable es la incursión por el desierto, en donde Harrelson y Lewis se topan con unos indios. Como suele pasar en el cine norteamericano de los últimos tiempos, los indios suelen ser vistos como versiones locales de individuos iluminados – a falta de un Dalai Lama, podemos tener a un navajo para interpretar las señales metafísicas del destino -. La escena comienza con excesos pero luego se asienta y toma vuelo. Tal como pasaba en Vanishing Point, el desierto es un limbo entre la existencia terrenal y lo trascendental; el limite entre el Cielo y la Tierra. Aquí los asesinos son leidos por el hombre espiritual como figuras trágicas dominadas por los demonios de su propio pasado, individuos torturados que se han acostumbrado a su vida de dolor y que no quieren sanación o consuelo alguno posible. Su naturaleza está dominada de manera intrinseca por la violencia y, como era de esperar, toda la secuencia termina mal por su propia culpa. Las mentes torturadas pueden ganarle a los mejores sentimientos, y su impulso natural es matar… incluso a aquellos a los que se les tiene respeto.

El tercer gran momento es la secuencia de la prisión. Mientras que Jones es aborrecible como el alcalde de la cárcel, Robert Downey jr. y Tom Sizemore (cuando parecía destinado al estrellato) llevan la sobreactuación a un nivel artístico. Quizás toda la escena del motin sea el momento en que Asesinos por Naturaleza madura su relato y funciona como un mecanismo de relojería, una comedia negra y violenta de las que maneja con destreza Quentin Tarantino (aquí responsable de la primera versión de la historia, la cual mutó a nivel tan formidables que quedó irreconocible). Verlo a Downey Jr totalmente sacado, bañado en sangre y masacrando policías – porque éstos mataron accidentalmente a todo su equipo periodístico – resulta sensacional; o las intensas declaraciones de amor entre Harrelson y Lewis ante la inminencia del final; o la salvaje paliza que le da Juliette Lewis al degenerado policía que compone Tom Sizemore… ya para esa altura los engranajes creados por Stone están aceitados como corresponde, y el filme funciona de maravillas.

No estoy seguro de que Asesinos por Naturaleza sea una obra maestra; en todo caso es un experimento tan brillante como fallido. La sátira a la banalidad de los medios marcha como un efecto colateral del relato – a final de cuentas, Stone apunta sus dardos contra la industria periodística, esa que convierte en autores millonarios a homicidas brutales y que se llena los bolsillos con encabezados sensacionalistas que refriendan las aberraciones de la peor especie -, porque a final de cuentas, ésta no deja de ser una retorcida historia de amor – inspirada por la racha de asesinatos cometida por Charles Starkweather y Caril Fugate en los años 50, en donde un muchacho huyó con su novia quinceañera después de masacrar a sus padres y a todos los oficiales de la ley que se interpusieron en su camino; una crónica maldita que tuvo numerosas versiones en el cine, entre las cuales figura Malas Tierras (1973) de Terrence Malick, como una de las más destacadas -. Tal como dice Woody Harrelson en un momento, el amor es el único que puede dominar al demonio, y los Knox sólo encuentran la paz cuando se transforman en una típica familia norteamericana plagada de críos… luego de masacrar un montón de gente que ha querido separarlos.

Aún con sus problemas y desprolijidades, Asesinos por Naturaleza es una experiencia cinematográfica necesaria e inevitable. Es el exceso convertido en visión artística, aún cuando el enfoque del cineasta termine sepultando las intenciones del relato. En todo caso, es un licuado de aciertos y pifias, en donde la energía de la narración triunfa sobre los defectos de la misma.