Crítica: Agon, Atomic Dragon (1964)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Japón, 1964: Shinji Hirota (Goro Ryouji), Asao Matsumoto (detective Yamato), Nobuhiko Shima (profesor Ukyo), Akemi Sawa (Satsuki Shizukawa)

Director: Norio Mine & Fuminori Ohashi, Guión: Shinichi Sekizawa & Kôzô Uchida

Trama: Goro Ryouji es un tenaz periodista que trabaja para un periódico de Tokio. Olfateando una primicia, Goro se ha llegado hasta la bahía de Mie City para investigar la desaparición de un camión cargado de Uranio X, ocurrido durante la noche anterior y en el transcurso de una de las peores tormentas que asolara al Japón en los últimos años. Las pistas indican que el camión se cayó al mar desde un acantilado, pero del material radiactivo no queda ni el más minimo rastro. Uniéndose al detective Yamato y al profesor Ukyo – una autoridad del Centro de Investigación Atómica, y responsable por el combustible radiactivo perdido -, juntos encaran el rastro del material… hasta que terminan por toparse con una gigantesca criatura que habita en la bahía. Bautizándola como Agon, pronto deducen que el monstruo ha devorado el Uranio y se encuentra sediento de material radiactivo, razón por la cual ha comenzado a atacar las centrales atómicas de la zona. Y con el tiempo en su contra, Goro, Yamato y Ukyo deberán descubrir la manera de detener a Agon antes que los daños producidos por la criatura provoquen una hecatombe atómica que convierta en inhabitable a toda la región.

Agon, Atomic Dragon Extraño el kaiju eiga. Habiendo visto más de cincuenta películas – entre las sagas de Godzilla y Gamera -, sólo me queda rastrillar títulos menores o intragables, sea las peores entregas de la saga de la tortuga gigante o algunos esfuerzos independientes y aislados, que casi siempre se decantan en homenajes al género. Pero ninguno de ellos llega a la altura de las producciones de la Toho.

Mientras hurgaba en el tacho de la basura, terminé por toparme con esta oscura producción japonesa que data de 1964. Es una miniserie de cuatro capítulos de media hora, producida por la ignota Nippon Denpa Eiga en una época en que todos los estudios japoneses querían prenderse al carro del kaiju eiga – el cual estaba llenando los bolsillos de la Toho desde que estrenara King Kong vs Godzilla en 1962 -. Curiosamente la Tohoque es un monstruo grande y pisa fuerte – le aplicó un congelamiento judicial a Agon, Atomic Dragon durante 4 años, aduciendo que se trataba de una copia no oficial de Godzilla tenemos otro monstruo atómico, amén de que el guionista Shinichi Sekizawa y el especialista en efectos especiales Fuminori Ohashi venían del riñón mismo de la Toho (Sekizawa escribió algunos títulos de la saga de la gran G y Ohashi era aprendiz de Eiji Tsuburaya, el gran capo de los FX que hizo el traje de Godzilla, todos sus efectos especiales, y más tarde se fue a crear su propia franquicia con Ultraman y toda su familia) -. Luego de un análisis minucioso y una súplica de rodillas Agon pudo ver la luz en 1968, y después cayó en el más ominoso de los olvidos, por lo menos hasta que la era de Internet logró rescatarla para beneplácito de los fans del género.

Agon, Atomic Dragon tiene algunas cosas interesantes. Está filmada en blanco y negro (originalmente el tono fue sepia, vaya uno a saber por qué) y eso automáticamente crea el clima apropiado para el cine fantástico (amén de ser una forma efectiva de disfrazar los efectos especiales baratos). Tiene una formidable partitura electrónica que resulta tan misteriosa como inquietante (me hace acordar a la banda tonal de Planeta Prohibido). El traje del bicho en cuestión es mucho más elaborado que los del Godzilla de aquel entonces, aunque la cabeza – con un par de ridículos ojos inmóviles a los costados – deja bastante que desear (al menos esto se compensa con unos buenos efectos de respiración que lo hacen ver menos artificial). El prólogo viene con un texto enigmático e intenso (que hace presagiar a una obra tan amarga como la Godzilla original de 1954, hablando del poder del átomo desatado y de una puerta que no debió ser abierta por la ciencia); y, cuando llega el climax, hay secuencias tan inusuales como interesantes, sea los héroes montados en la cola del monstruo, o emprendiendo un rescate desesperado – vía helicóptero – de un muchacho que yace inconsciente en la boca del bicho. Pero después de eso paren de contar, porque todo lo que sigue bordea lo abominable. Si bien los efectos especiales son baratos, serían un detalle menor si al menos estuvieran acompañados por un libreto con dos dedos de frente, cosa que no ocurre aquí. El problema es que todo el cast parece estar formado por descartes de la saga de Godzilla la cual, en ese momento, estaba infestada de bobos y payasos que hacían monigotadas frente a cámara -, con lo cual tenemos un elenco de idiotas de segunda selección. El peor ofensor de los sentidos es el héroe, una especie de versión japonesa de Quico, el que se pavonea haciendo imbecilidades y preguntando pavadas todo el tiempo. Semejante tortura testicular resulta interminable ya que el flaco está presente en el 90% de los fotogramas de la miniserie, con el adicional de que el resto le festeja las tonterías como si fuera un chico grande. A él se suma el detective de turno – otra versión nipona, esta vez de Imanol Arias -, el clásico científico enfundado en eterna bata blanca, la escultural ayudante del científico – que sólo sirve para gritar como una marrana cada vez que el monstruo está por pisarla -, un par de ladronzuelos que hacen las veces de villanos de la historia (aunque son tan torpes que mueren por su propia impericia), y algunos desabridos secundarios, entre los que se cuenta un niño llorón y un pescador que hace de doble japonés de John Leguizamo.

La historia se divide en dos. En la primera parte, aparece el bicho, rompe unas maquetas y se dan cuenta que el monstruo es un devorador compulsivo de Uranio X (en japonés dígase “ecssssssssss” durante minuto y medio y sin inhalar aire en el proceso). El bobo del reportero le tira unos anzuelos a la sexy ayudante, la cual está demasiado buena para liarse con semejante idiota. Las cosas se ponen algo mejor en la segunda parte, cuando un par de criminales extravían una valija cargada de cocaína en plena bahía, y se dan cuenta que la maleta fue a parar justo al lado de la pata del bicho mientras se dormía una siesta en el fondo de la ensenada. Para recuperarla a toda costa le secuestran el hijo a uno de los buceadores de perlas de la zona, con lo cual el tipo tiene que intentar sacarle el bagage a Agon antes que se despierte. El tipo se aviva, se cruza con Goro, el inspector detector, y toda la troupe, y le cuenta lo que está pasando. Gran enfrentamiento entre buenos y malos en la bahía, y el chico secuestrado que se shockea al ver tanta violencia, razón por la cual se desmaya en el interior del botecito de su padre (y donde está la valija de narcóticos). ¿Y quien cae por esos lares justo como para animar la fiestita?. Agon, quien confunde al bote con un canapé y se lo lleva empotrado en la trompa como si fuera un cigarro. Lo que sigue son intentos varios de sacar al chico de la trompa del bicho, los cuales van de lo ingenioso a lo lamentable.

Si bien Agon, Atomic Dragon está poblado de personajes idiotas – lo que era una constante del género en aquel entonces -, el gran pecado del filme es que la historia carece de propósito. A lo largo de todo su desarrollo ninguno de los personajes se pregunta de dónde salió el bicho, cuáles son sus intenciones, o que pasa con el luego del insatisfactorio final. El monstruo no es una metafora de nada, y ni siquiera su accionar destructivo resulta interesante. Mas allá de que las maquetas sean paupérrimas, la historia es un divague. Solo vemos al idiota de Goro haciendo gilipolladas, y nadie interpreta al monstruo – si es que hay algo para interpretar -. Incluso el final es abierto, pensando que podría haber una secuela si esta paparruchada tenía éxito. El gran problema con los filmes de monstruos gigantes es que, si no se enfrentan a otro bicho, tienen que tener algún tipo de subtexto. Sino, son disparates carentes de causa.

Agon, Atomic Dragon sólo es recomendable para los completistas y los fans a ultranza del género. Es un kaiju eiga mediocre e insulso, el cual promete algo que termina por arruinar a la postre, gracias a un desarrollo por momentos lamentable. Es una macana ya que tiene algunas virtudes que la salvan de la rutina habitual de la Toho y la Daiei… las cuales son arruinadas por un puñado de creativos inoperantes.