Crítica: La Lista de Adrian Messenger / El Ultimo de la Lista (1963)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1963: George C. Scott (Anthony Gethryn), Dana Wynter (Lady Jocelyn Bruttenholm), Jacques Roux (Raoul Le Borg), Kirk Douglas (personajes varios), Burt Lancaster (cameo), Robert Mitchum (cameo), Frank Sinatra (cameo), Tony Curtis (cameo)

Director: John Houston, Guión: Anthony Veiller, sobre la novela homónima de Philip MacDonald

Trama: Anthony Gethryn visita a su amigo Adrian Messenger en la mansión familiar de los Bruttenholm en Inglaterra, en donde suelen realizar cacerías de zorros los fines de semana. Messenger le encarga a Gethryn que investigue los nombres de una lista, para ver si siguen vivos y en la dirección que figura en la misma. Gethryn acepta el misterioso encargo y pronto las cosas se salen de madre cuando Messenger es asesinado en su viaje a Nueva York, explotando una bomba en el avión que lo transportaba. Aunque las autoridades no le dan demasiado crédito a Gethryn, éste sospecha que la lista de Messenger tiene que ver con su muerte, y pronto lo confirma cuando descubre que cada uno de los individuos que figura en el papel ha muerto en extraños accidentes. Y no pasará demasiado tiempo hasta que Gethryn se de cuenta que su investigación ha llamado la atención del asesino en serie, el cual se pondrá tras sus pasos.

La Lista de Adrian Messenger La Lista de Adrian Messenger es una de esas rarezas cinematográficas que solían pulular en los años 60, y que uno termina por descubrir por casualidad. Es lo más parecido a un filme de William Castle producido por un gran estudio con todo el dinero y todas las estrellas; aquí el truco de marketing consiste en que hay un cast de primerísimos actores ocultos tras toneladas de maquillaje, y el espectador debe adivinar quién es quién. Pero con la excepción de semejante recurso, la historia en sí es un misterio a la inglesa tan extremadamente artificial que no termina de cuajar. Entretiene mientras dura, pero coherencia definitivamente no es su fuerte.

Esta sí que es una producción extraña. Imaginen a un largo cast de actores norteamericanos haciendo (de manera no muy convincente) de ingleses. El caso más obvio es George C. Scott, que va a cara limpia durante todo el relato y es tan británico como yo sudafricano. Scott acepta investigar una lista de nombres para ver si aún siguen vivos, y cuando su amigo es asesinado, termina por deducir que la lista es la causa. A partir de allí empieza todo un retorcido thriller a la inglesa, propio de Agatha Christie y con conclusiones traídas de los pelos cada cinco minutos. Resulta que Scott es amigo del único superviviente del accidente aéreo, el que a su vez es el único testigo de las últimas palabras de Adrian Messenger, y las que contienen una serie de pistas fundamentales para resolver el misterio. Pero las pistas son tan ultrarebuscadas que resultan poco creíbles. Entonces la investigación comienza a avanzar a los saltos, con George C. Scott sacando conclusiones imposibles sobre pistas mínimas o incoherentes.

Ok, el misterio es malo (o al menos, el espectador no puede seguir a los protagonistas) y la resolución le va en saga (es un climax muuuy traído de los pelos). Entonces entra a jugar el otro factor (y argumento de marketing) que es el uso de irreconocibles máscaras que camuflan a actores conocidos. No pasa mucho tiempo antes que uno descubra que Kirk Douglas es el responsable de todo (no es un spoiler, ocurre a los 15 minutos de proyección), el que usa innumerables disfraces y personalidades. El problema es que el 90% de los maquillajes son tan poco convincentes, que se notan a la legua. La producción debe haberse percatado de ello, y por eso algunos de los personajes de Douglas terminaron siendo protagonizados por el actor Jan Merlin bajo toneladas de make up (como para que fuera menos reconocible), amén de que el genio de las voces Paul Frees (que se cansó de prestar su voz a infinidad de dibujos animados) hace el doblaje pertinente según el caso. Douglas nunca deja de parecerse a Douglas (aún cuando la mitad del tiempo sea Merlin); y el resto de los cameos van de lo obvio a lo terrible. Robert Mitchum es inconfundible, el maquillaje de Frank Sinatra es espantoso, y los que mejor salen parados son Tony Curtis y Burt Lancaster.

La Lista de Adrian Messenger es pasable, pero es excesivamente rebuscada y poco convincente. En todo caso, más que su artificial trama de misterio, lo más importante es el juego de adivinar quién es la estrella oculta en cada personaje, lo que es un signo de la importancia del Star System de aquella época – en donde los actores eran más importantes que las películas en donde trabajaban -. Pero por lo demás, es fácilmente olvidable.