Crítica: Argo (2012)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

calificación 4/5: muy buena USA, 2012: Intérpretes: Ben Affleck (Tony Mendez), Bryan Cranston (Jack O’Donnell), Alan Arkin (Lester Siegel), John Goodman (John Chambers), Tate Donovan (Bob Anders), Clea DuVall (Cora Lijek), Christopher Denham (Mark Lijek), Victor Garber (Ken Taylor), Kyle Chandler (Hamilton Jordan)

Director: Ben Affleck – Guión: Chris Terrio

Trama: Noviembre de 1979. Después de enterarse que los Estados Unidos le han dado asilo político al depuesto mandatario iraní Sha Reza Pahlevi, una muchedumbre ha salido enardecida a las calles de teherán y ha tomado por la fuerza la embajada norteamericana en señal de represalia. Pero, en la revuelta, seis miembros de la embajada han podido escabullirse y ahora se esconden en la residencia de un diplomático canadiense. La CIA ha decidido rescatarlos por cualquier vía posible, y le han encomendado dicha misión al especialista Tony Mendez, el cual aparece con una idea tan disparatada como brillante: montar una falsa producción cinematográfica de ciencia ficción – en la onda de Star Wars -, y utilizarla como fachada para sacar al sexteto de refugiados, haciéndolos pasar como miembros del staff técnico del rodaje. Pero para que funcione el engaño es necesario que los engranajes del mismo estén correctamente aceitados, caso contrario, Mendez y los diplomáticos serán linchados – sin ningún tipo de miramientos – en las calles de Teherán. Y el punto es que la historia está plagada de eslabones débiles, con lo cual el éxito de la misión depende prácticamente de que ocurra un milagro.

Critica: Argo (2012)

ArgoArgo es una anécdota chiquita narrada con mucho estilo. Si uno se atiene al núcleo de la historia verá que es una paparruchada, cuyo único mérito es que está basada en hechos reales. Un tipo entra a Irán en el momento más sangriento de su historia, pasea dos días por sus calles y regresa por la puerta grande con 6 diplomáticos norteamericanos celosamente buscados por las fuerzas de seguridad, para lo cual usa pasaportes falsos y un pretexto poco convincente – de que son parte de un equipo de filmación canadiense –. Para colmo la historia está desvirtuada – como es de costumbre – por los norteamericanos, quienes reescribieron todo para hacerse los héroes y terminaron desmereciendo a los canadienses (y otros miembros de la Commonwealth), quienes fueron los verdaderos héroes de la historia y arriesgaron sus cabezas por los refugiados como ningún otro de los participantes involucrados.

Como puede verse, una trama así es tan minúscula y minimalista (si hubiera sido escrita desde cero, como un a ficción) que jamás podría haber sido comprada por algún productor de Hollywood para ser transformada en un libreto viable. Y mientras el quid de la cuestión bordea lo insulso, en donde Argo obtiene sus mejores bazas es en los detalles y en la narración. Por un lado la construcción del engaño es deliciosa y está plagada de momentos cómicos y, por el otro, la secuencia del escape posee un suspenso notable. Hacía rato que uno no veía un filme tan intenso, y eso que ni siquiera hay balaceras o persecuciones en el climax.

El trasfondo real del operativo es mas interesante que el rescate en sí. Cuando hordas de fanáticos enardecidos tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán en noviembre de 1979, se escaparon 6 empleados que trabajaban en una dependencia cercana y que tenían acceso inmediato a la calle. Rápidamente se acercaron a la embajada inglesa, la que acordó rotarlos en secreto por diferentes dependencias de su dominio, hasta terminar siendo alojados en la casa del embajador canadiense, en donde permanecieron cerca de 90 días. Allí es cuando entra a jugar la CIA, quienes deciden sacarlos con una falsa identidad – la de miembros de un equipo de rodaje, quienes estaban buscando locaciones para su próxima película en Irán -. Precisamente el tema de la falsa película es el punto más fascinante de la historia. En 1977 La Guerra de las Galaxias tomó por asalto las taquillas de todo el mundo y se convirtió en la película de moda. En Hollywood todo el mundo se enloqueció y salió de apuro a adquirir los derechos de cualquier tipo de historia épica de ciencia ficción, de manera que le sirviera para morder una tajada de la suculenta torta que había descubierto Star Wars. Entre todos esos proyectos surgió uno – impulsado por un grupo de productores de Arizona – que consistía en la adaptación de la multipremiada novela Lord of the Light de Roger Zelazny – la que se trataba de una gigantesca historia épica que reeinterpretaba elementos del hinduismo y del budismo en términos de ciencia ficción -. El problema es que la trama era excesivamente ambiciosa y requería un nivel de inversión importante – en un momento se manejó la cifra de 50 millones de dólares, un monto estrafalario para aquella época, y que se gastaría casi exclusivamente en sets… los cuales serían reciclados (en el corto plazo) como un enorme parque temático permanente basado en la historia del filme -. Como era obvio, pasó lo que tenía que pasar; tal como el proyecto de Duna de Alejandro Jodorowski, los números comenzaron a espantar a los inversores y, antes de levantar el primer decorado, el proyecto había quedado desierto, sobreviviendo un tosco borrador de la trama y unos storyboards diseñados por Jack Kirby (uno de los co creadores de Capitán América y Los 4 Fantásticos). El paquete comenzó a dar vueltas por Hollywood durante años hasta que la CIA decidió adquirirlo como fachada para el operativo de rescate de los diplomáticos norteamericanos. Para montar la parodia contaron con la ayuda del especialista en maquillaje John Chambers (el mismo que inventó las caracterizaciones de la saga El Planeta de los Simios), quien era un habitual colaborador de la agencia y que contribuyó a armar el andamiaje publicitario y de prensa que le daba visos de validez a la falsa película.

Mientras que esa primera parte es una delicia – en especial por la química entre John Goodman (como Chambers) y Alan Arkin (como un ficticio productor de Hollywood) – y funciona como una sátira del mundo del cine, el segundo acto es más propio de un filme de espionaje, y tiene que ver con la infiltración de Affleck en Irán y el adoctrinamiento – en sus falsas identidades e historias de respaldo – de los diplomáticos a rescatar. Allí es donde la trama decae y demuestra sus limitaciones, ya que tenemos media hora de crisis personales y recriminaciones – del tipo “¿yo a usted no le tengo fe” o “¡aquí vamos a morir todos!” – que no sirven para elevar el drama como tal, sino que parecen salidos de una telenovela. Es cierto que Ben Affleck dirige como los dioses y crea un ambiente de peligro palpable, pero el grupo de diplomáticos no logra dar en la tecla sobre cómo resultar interesantes o siquiera tridimensionales. Por último está el tercer acto – el escape -, el cual está recargado de coincidencias montadas por el script para elevar el suspenso a niveles altísimos. El rescate real fue bastante más tranquilo y con menos “sorpresas” de último momento.

Ciertamente la historia está muy cambiada y, aunque como thriller es sumamente efectiva, por otro lado no deja de tener un costado discriminatorio que resulta alarmante. El trasfondo de todo esto es una serie de injusticias y un choque de culturas – entre el pasado explotador y pro occidental del Sha (quien llegó al poder ayudado por la CIA y Washington), y el presente de la revolución conservadora del Ayatollah -, el cual aquí no está visto con el equilibrio que merece. Es cierto que las hordas de fanáticos tienden al exceso – los linchamientos, las ejecuciones públicas -, pero también es cierto que existía una situación de desborde que hizo estallar todo esto por los aires. Quizás mi mayor reparo sea que el prólogo del filme intenta resumir demasiado las condiciones de dicho escenario, sanitizando los detalles sucios en los cuales la política norteamericana ha metido mano. En ese sentido Argo no dista mucho de esos filmes que han surgido de la era post 11/9/2001, y que han establecido que el mundo se divide en norteamericanos justos y en árabes terroristas. Yo no apoyo ninguna de las posturas, ni justifico ningún tipo de violencia (sea un atentado o la invasión a un país); lo que digo es que el mundo es mucho más complejo que una simple división en dos bandos – blanco y negro -, y que nadie puede darse el lujo de pretender resumir con éxito semejante escenario complejo en tan solo cinco minutos de prólogo.