Crítica: El Analista del Presidente (1967)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

calificación 3/5: buena Recomendación del EditorUSA, 1967: Intérpretes: James Coburn (Dr Sidney Schaefer), Godfrey Cambridge (Don Masters), Severn Darden (Kropotkin), Joan Delaney (Nan Butler), Pat Harrington (Arlington Hewes), Barry McGuire (Old Wrangler), James Gregory (Presidente), William Daniels (Wynn Quantrill), Will Geer (Dr Lee-Evans)

Director: Theodore J. Flicker – Guión: Theodore J. Flicker

Trama: El sicoanalista Sidney Schaefer ha sido seleccionado por el servicio secreto para que se convierta en el terapeuta privado del presidente de los Estados Unidos. Pero las agobiantes sesiones a las que se ve sometido Schaefer terminan por desquiciarlo, y pronto cae en un estado paranoide, creyendo que todo el mundo lo está vigilando y que lo quieren matar o secuestrar por todo lo que se ha enterado. Fuera de sí, Schaefer decide fugarse, y ahora todo lo que él imaginaba ha comenzado a convertirse en real. El servicio secreto quiere recuperarlo, los federales quieren matarlo, y tanto el servicio secreto canadiense como la KGB planean raptarlo para forzarlo y utilizar la información que posee en su propio beneficio. Lo que ninguno de ellos cuenta es que hay un adversario invisible y más formidable que todos ellos juntos – la compañía de teléfonos – la cual posee su propia agenda y planea secuestrar a Schaefer y adoctrinarlo para que éste influencie al presidente, haciendo que éste implemente como obligatorio en toda la población el uso de unos implantes cerebrales fabricados por la empresa, los cuales actúan como teléfonos móviles.

El Analista del Presidente (1967)Considerando el éxito que había obtenido James Coburn con Our Man Flint, era lógico que se moviera dentro de carriles similares para terminar de afianzarse como super estrella del momento. Es por eso que El Analista del Presidente es lo más parecido a una secuela no oficial de Flint. Aquí no hay un ridículo super espía, pero sí hay una ridícula comedia de espionaje, con Coburn haciendo de Coburn – sonriendo agrio frente a la cámara y dejando que las chicas de todo el mundo se derritan por él -, y con otros villanos incompetentes trazando un absurdo plan para dominar el mundo.

El Analista del Presidente es una comedia plagada de buenas ideas; el problema es que Theodore J. Flicker es mejor guionista que director, y todas las escenas le salen cocinadas por la mitad. Acá hay un siquiatra que es seleccionado para que actúe como analista del presidente; como el mandatario tiene una carga emocional impresionante – debido a su trabajo, debe lidiar con las tensiones de la Guerra Fría y la posibilidad de una guerra nuclear en cualquier momento, entre otras miles de cosas importantes -, al terapeuta se le chifla el moño y comienza a creer que todo el mundo lo vigila, y que lo van a matar cuando termine su trabajo ya que sabe demasiado. Luego de un brote sicótico, el quía se da a la fuga y los servicios secretos de todo el mundo – incluyendo el canadiense (wtf?!) – se lanzan a apresarlo, con lo cual la paranoia del tipo resulta ser más cierta de lo esperado.

El primer tercio del film es algo denso. Como en los 60 hacer terapia era cool, la película se manda con algunos chistes intelectualoides que parecen sacados de Psexoanálisis (1968) y otros filmes argentos de la época. Las cosas mejoran cuando Coburn entra en contacto con el presidente y empieza a enloquecerse, con algún que otro gag inspirado. Luego la película vuelve a empantanarse, especialmente cuando Coburn, en su fuga, termina entreverándose con los hippies y dando pie a algunas secuencias sicodélicas demasiado largas – eso no quita que haya alguna que otra escena inspirada, como cuando Coburn hace el amor con una hippie en los matorrales mientras a su alrededor dos toneladas de agentes del recontraespionaje terminan matándose entre sí -. Pero donde el filme logra recuperarse plenamente es con la entrada en escena de La Companía de Teléfonos. Imaginen a ENTEL haciendo planes para dominar el mundo, debido a que todos los usuarios la odian por dar un servicio ineficiente. Es tan brillante y absurdo el tercer acto, que es el que termina por redimir el filme. Es una lástima que todo lo precedente no se haya contagiado con el mismo nivel de locura.

El Analista del Presidente tiene una parva de ideas brillantes desprolijamente ejecutadas. A uno le da la sensación que todo esto hubiera funcionado mejor con otro director especializado en el humor absurdo (¿Blake Edwards?). Theodore J. Flicker es demasiado indulgente consigo mismo, y su dirección chata desmerece los logros de su propio guión. Es una lástima, porque el libreto está plagado de oportunidades que terminan siendo desperdiciadas.

3 CONNERYS: Un libreto con cosas geniales, arruinado por la chatura como cineasta de su mismo creador. Toda la paranoia de la Guerra Fría y de los servicios de espionaje en pleno, y llena de gags absurdos. Pero hay tiempos muertos y escenas demasiado chatas, con lo cual el nivel es desparejo. La única excepción es la genial aparición de “La Companía de Teléfonos”, un villano tan ridículo como temible.