Crítica: Alas de Noche (1979)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1979: Nick Mancuso (Youngman Duran), Kathryn Harrold (Anne Dillon), David Warner (Philip Payne), Steven Macht (Walker Chee), George Clutesi (Abner Tasupi)

Director: Arthur Hiller, Guión: Steve Shagan, Bud Shrake & Martin Cruz Smith, basados en la novela homónima de Martin Cruz Smith

Trama: Duran es un nativo que oficia como sheriff en la reserva Hopi en Arizona. Ultimamente se ha topado con varias cabezas de ganado muertas en extrañas circunstancias. Ahora Duran se ha aliado con Philip Payne, un excéntrico biólogo que viene rastreando el caso y que le informa que se trata de una colonia de murciélagos vampiros, los cuales vienen migrando desde otro estado y se han asentado en una cueva situada en medio del terreno sagrado Hopi. Ahora Duran y Payne han salido a destruir la colonia, pero la misión resulta ser más difícil que lo esperado, ya que el sheriff indio ha descubierto que los vampiros han acudido al llamado de un fallecido hechicero Hopi, cuya amargura por las malas condiciones de vida impuestas por el hombre blanco a su nación le ha hecho invocar a las fuerzas oscuras de la noche para que desencadenen el Apocalipsis. Y dichas fuerzas están protegiendo a la nación vampira, una comunidad de cerca de 40.000 animales sedientos de sangre que salen todas las noches a sembrar el terror en el territorio Hopi y sus alrededores.

Alas de Noche Hay películas que debieron haber corrido mejor suerte que la que sufrieron en vida. Por ejemplo Alas de Noche. Nadie dice que se trate de una gema olvidada y destinada a cambiar el curso de la historia del cine, pero al menos no debería haber sido el sendo fracaso que fue en su momento. La historia es muy inteligente, e incursiona en un terreno – la mística india, ignorada con demasiada frecuencia por el cine – que peca de inexplorado y apasionante. El resto es más o menos más de lo mismo, con las rutinas de siempre con animales salvajes disparados en un raid asesino, pero el plus lo dan esas gotitas de magia y hechicería india, amén de algunas observaciones interesantes sobre el modo de vida actual de los aborígenes norteamericanos. En todo caso la gran macana de Alas de Noche es contar con un director tan competente como aburrido, un tipo al cual le falta sangre en las venas para hacer que la carnicería se vea interesante.

El filme se basa en un best seller de Martin Cruz Smith, un tipo cuyo hit más conocido fue Gorky Park narrando las aventuras de un detective de la policía rusa en los duros años en que aún existía la Unión Soviética -. En sí, Alas de Noche tiene todos los componentes rutinarios del género Venganza de la Naturaleza, modelo establecido por Tiburón y toda la gigantesca camada de imitadores que han surgido desde entonces y siguen hasta nuestros días. Aparece un bicho asesino; hay un investigador que descubre la verdad; las autoridades intentan tapar todo; hay un científico que sabe del asunto y ayuda al héroe; y hay todo un largo y sangriento proceso de cacería hasta exterminar el monstruo, tarea hercúlea que es llevada a cabo únicamente por el héroe y el científico. Mientras que la rutina aquí no difiere ni un ápice del modelo de Jaws, al menos hay un subtexto alegórico y un escenario exótico que le dan a la aventura un sabor enteramente diferente. Por un lado son otros indios – interesados en hacer negocios basados en los bolsones subterráneos de petróleo que yacen bajo la reservación – quienes intentan acallar al héroe (y cosa de que sea todo políticamente correcto; hubiera sido un sacrilegio poner a un explotador hombre blanco como el villano!); y por otro lado hay un hechicero totalmente amargado con el destino de miseria y desolación en el que se encuentra su pueblo (y cuya responsabilidad corresponde al hombre blanco que los afincó en esos ghettos llamados “reservaciones”), que ha decidido invocar a las fuerzas de la naturaleza y desencadenar el Apocalipsis. De ese modo la horda de murciélagos no es mas que la furia materializada de la nación india.

Los diálogos son sorprendentemente inteligentes, y el cast de los entonces desconocidos Nick Mancuso y Steven Macht como indios enfrentados a causa de sus intereses es muy bueno. Macht juega una suerte de rol de villano, pero su postura es eminentemente defendible – es un individuo que negocia con el hombre blanco, y el fruto de dichos negocios ha traído modernidad y prosperidad a las reservas indias afectadas -, mientras que Mancuso es un tanto mas talibanesco, pegado con demasiada vehemencia a las tradiciones de su pueblo, y rechazando a todo lo extraño por una cuestion de desconfiaza propia de su naturaleza. En contra de todo el avance industrial y tecnológico propuesto por Macht aparecen los murciélagos, visión alegórica de la furia del hombre (en este caso, los indios) contra la polución y la explotación del mundo que lo rodea. Quizás el detalle sea que los bichos carecen de personalidad, y las interpretaciones de su accionar son palabras espetadas por los protagonistas sin que los hechos avalen demasiado. Salvo la circunstancia de que la colonia de vampiros se asienta en las ruinas de un antiguo pueblo Hopi, y de que hay un hechicero fantasma apareciendo aquí y allá (visiones que tiene Mancuso después de pegarse un viaje mordiendo una raiz alucinógena que encuentra en el desierto), las acciones de los murciélagos son bastante anónimas. Bien podrían haber expandido su accionar a otras reservaciones, o atacar las grandes ciudades de los blancos, pero terminan más bien molestando a los sufridos indios que fueron quienes los invocaron.

Mientras que toda la historia es sólida e inteligente, el problema pasa por lo insulso de las escenas de acción. Sin dudas el libreto crea un clima de grandes expectativas con la inclusión del bizarro personaje de David Warner – un científico devenido en cruzado y destructor de vampiros, el cual se despacha con una parva de detalles tan interesantes como estremecedores sobre los bichejos – pero, a la hora de los bifes, las cosas brillan por su chatura. Los murciélagos se alternan entre marionetas poco convincentes y algunas proyecciones superpuestas, las cuales nunca terminan por asustar a nadie. Quizás el libreto hubiera tenido que crear algún tipo de líder de la horda, un murciélago destacado del resto y que materializara una especie de personalidad de grupo. Acá los bichos van, vienen, atacan donde quieren, y jamás se vuelven una amenaza que resulte interesante.

Alas de Noche es una buena película que precisaba otro director – no Arthur Hiller, el mismo de Love Story y una tonelada de comedietas con Gene Wilder y Richard Pryor en los 80s -, y es un filme que ganaría muchísimo con una remake fiel aggiornada por CGIs potables que hiciera que los murciélagos se vieran realmente de miedo. Así está simplemente ok, quedando como una aventura que hace más hincapié en lo social que en el shock.